Hace más de 15 años, el equipo reporteril del diario Panorama publicó una serie de trabajos especiales denominados "En la piel de…", en los que sus periodistas más destacados asumieron diferentes oficios que desempeña el ciudadano común, para retratar realidades que la sociedad suele pasar por alto. Esta fue una propuesta audaz y profundamente cercana que marcó a una generación de lectores.
En Noticia al Día, retomamos ese espíritu con respeto y admiración, poniéndonos también "En la piel de…" quienes día a día salen de sus casas para buscar un mejor futúro, haciendo su propia historia desde adentro y con una mirada humana. En esta oportunidad ello te contaremos la historia de Bleidys Sanchez "En la piel de…" una vendedora de dulces en Mercamara.
Cada paso es un capítulo de mi historia, de mis mañanas y mis sueños. Desde muy joven, mi camino se cruza con el dulce aroma de las galletas de leche, esas que mi mamá, María Eugenia, prepara con amor, y que otras veces, con mis propias manos, he aprendido a hornear. Estas galletas no van al horno; se preparan con moldes en las hornillas, un proceso diferente.

También, en ocasiones, salgo a vender torta de auyama, otro sabor casero que acompaña mi jornada. Salir a vender en Mercamara no es una tarea sencilla; es un viaje diario que me enseña tanto sobre la vida como mis clases en la Universidad del Zulia, donde estudio Periodismo Audiovisual.
Cada mañana, al levantarme, mi primer acto es de gratitud: "Bueno, Señor, gracias por este nuevo día. Ahora voy contigo a enfrentar este día, cosas buenas, cosas victoriosas". Siempre busco ver la parte positiva, nunca la negativa. Si algo pasa, "Señor, en tus manos estoy". Me alisto, con la mochila al hombro y el molde, llena de esperanza y voy con toda la fe hacia adelante, creyendo en Dios que me presentará a todos esos clientes. "Señor, aquí voy, pero tú presentas todos esos clientes".

Desde muy temprano en la mañana, salgo, cuando el sol ya ilumina el horizonte marabino. El aire fresco de la mañana me acompaña mientras recorro las calles, que poco a poco se van llenando de vida. El recorrido, el caminar, no es solo físico; es un encuentro constante con la humanidad en sus múltiples facetas. "Galletas de leche, galletitas de leche a la orden", digo, mi voz resonando entre el murmullo de Mercamara.


A veces, me acerco a un grupo y, con una sonrisa que busca romper el hielo, pregunto: "Ajá, ¿quién es el que va a brindar?". Las risas no se hacen esperar, un pequeño momento de conexión antes de que la pregunta sobre el precio surja: "Una en 30, y cuatro por 100 bolívares". A veces se reúnen entre ellos, y compran el paquetico de cuatro, y escucho el "¡Está muy buena, sabrosa!". Esos pequeños halagos, sin duda, animan a seguir el recorrido, a sobrellevar el calor marabino.

Pero el camino también tiene sus sombras, sus días grises. Hay mañanas en que la gente no valora el trabajo, les parece costoso, o simplemente me ignoran con la mirada. "No hay", dicen con un gesto, o ni siquiera me prestan atención, como si fuera invisible. Esos son los días no tan buenos, los días donde el sol parece brillar menos y las galletas se resisten a salir del molde.

Son jornadas donde la frustración intenta asomar, donde el peso de las galletas se siente más. Sin embargo, también están los días buenos, los que pintan bien, donde la gente me mira a los ojos y me dice con entusiasmo: "¡Dámela, que está muy buena, está sabrosa! Dios mío, no voy a probar algo así… Cuando vuelvas a pasar, pasas por aquí que yo te voy a comprar". Esos momentos son gasolina para el alma, la confirmación de que el esfuerzo vale la pena.

Y cuando llego a un nuevo punto, la rutina se repite: "¡Ajá, llegaron las galletas! Galletas de leche sabrosas, a la orden, ¿quién dijo yo?". Algunos miran con curiosidad, se ríen, otros compran con gusto, y otros, claro, ignoran. Es normal, es parte de la experiencia.

Pero yo digo dentro de mí: "Bueno, Señor, más adelante", y sigo mi marcha: "Galletas de leche, galletas de leche, ¿quién dijo yo? ¡A la orden, a la orden, a la orden!". Solo salgo en la mañana, los días que puedo, porque mis estudios requieren tiempo y dedicación. Y qué más puedo decir, sino que, gracias a Dios, las galletas se venden, permitiéndome avanzar.
Un paréntesis importante sobre estas galletas de leche: y es que Mi abuela le enseñó a mi mamá y a sus hijas a prepararlas, y mi mamá, a su vez, me las enseñó a mí. Son tan conocidas que muchos gochos que vienen de los Andes las comparan con las famosas arepas andinas, diciendo que son "igualitas" y "muy sabrosas".

La mayoría de quienes las compran son de allá, reconociendo ese sabor auténtico, aunque también hay marabinos que, al probarlas, reconocen su sabor "espectacular", algo que los engancha y los hace volver por más.
Ser estudiante universitario y, a la vez, trabajar, no es nada fácil. Es un equilibrio constante entre los estudios y la calle, entre las aulas y el movimiento de Mercamara. Y no es solo mi caso; es la realidad de muchos compañeros que, como yo, nos toca salir a trabajar para sostener nuestros sueños.

Sabemos que la vida no es sencilla y que la situación actual lo amerita. Lo hacemos porque tenemos que aportar, ayudar en el hogar, ser un pilar más. En mi caso, somos solo mi mamá y yo, un equipo inquebrantable, y me siento feliz porque sé que lo podemos lograr, que lo podemos hacer. Aunque no es fácil, la victoria es posible. Cada venta, cada bolívar ganado, es un paso más hacia esa meta.
Esta es mi historia, vivida en carne propia. Quiero dejar un mensaje a todos esos estudiantes, a todas esas personas que se enfrentan a desafíos similares: sí se puede lograr. Aunque el camino esté lleno de obstáculos, sí se puede alcanzar. Sí podemos alcanzar nuestras metas y salir adelante. Hoy no hablo solo por mí, sino por muchos que pasan por situaciones similares, con la misma valentía y determinación.

No es para avergonzarse; es algo admirable, una muestra de fuerza y resiliencia. Admiro profundamente a esos estudiantes que no solo estudian, sino que también trabajan, porque lo sé, porque es mi realidad, que no es nada fácil, pero no imposible.
Siempre de la mano de Dios, con fe y perseverancia. He conocido a muchas personas que han trabajado arduamente, sin descanso, y han logrado su meta de graduarse, y hoy en día son excelentes profesionales, ejemplos vivos de que la constancia rinde sus frutos. Y eso, sin duda, es una victoria, una que se saborea con cada galleta vendida y cada sueño alcanzado.
Texto: Bleidys Sanchez/ Pasante
Fotos: Wilberth Marval
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