Martes 30 de septiembre de 2025
Opinión

La diáspora venezolana sigue creciendo (por la Dra. Luz Neira Parra)

Hay aeropuertos que se han vuelto estaciones de despedidas silenciosas. En Maiquetía, los rostros tensos fingen optimismo mientras cargan maletas…

La diáspora venezolana sigue creciendo (por la Dra. Luz Neira Parra)
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Hay aeropuertos que se han vuelto estaciones de despedidas silenciosas. En Maiquetía, los rostros tensos fingen optimismo mientras cargan maletas que parecen contener vidas enteras. En las carreteras fronterizas, autobuses abarrotados avanzan hacia lo incierto. No es turismo ni aventura: es la estampida de un país que implora sobrevivir.
Así nació la diáspora venezolana, una de las mayores crisis humanas de la historia latinoamericana reciente.
Un éxodo sin precedentes: cifras y oleadas
Según ACNUR y la OIM (2025), casi 7,9 millones de venezolanos han abandonado su país en la última década. De ellos, más de 6,9 millones residen en América Latina y el Caribe. Es el mayor desplazamiento humano que ha vivido la región en tiempos contemporáneos.

Este éxodo no ocurrió de un solo golpe:

Primera ola (2014-2016): profesionales, empresarios y jóvenes con estudios que buscaron seguridad económica y un horizonte estable antes de que la crisis estallara por completo.

Segunda ola (2017-2019): éxodo masivo y dramático; familias enteras cruzaron a pie hacia Colombia, Perú o Ecuador, llevando apenas lo indispensable.

Tercera ola (2021-2024): reemigración; quienes se asentaron primero en países vecinos partieron otra vez —ahora rumbo a Estados Unidos y Europa— en busca de mejores salarios, estatus legal y estabilidad.
Colombia sigue albergando a unos 2,8-2,9 millones de venezolanos, aunque muchos han buscado nuevas salidas por precariedad laboral.
Perú, con cerca de 1,6 millones, atraviesa su propia crisis económica y social que dificulta la integración.
Chile, otrora receptor clave, endureció su política migratoria y provocó nuevas salidas.
Argentina y Uruguay mantienen marcos relativamente más abiertos, aunque la inestabilidad interna limita oportunidades reales.
Estados Unidos y España emergen como nuevos polos: el primero por asilo y reunificación, el segundo por idioma y facilidades de residencia. La tendencia actual es clara: reemigración hacia el norte y Europa.

Impacto económico y social

Las remesas se han convertido en un salvavidas: entre 4 000 y 5 000 millones de dólares anuales según estimaciones de organismos y consultoras.

En los países de acogida, miles de profesionales trabajan en áreas informales o muy por debajo de su calificación, mientras otros emprenden negocios que dinamizan barrios enteros.
La gastronomía venezolana se expande en Buenos Aires, Madrid o Miami; surgen panaderías, restaurantes y mercados que son a la vez sustento económico y refugio identitario.
Sin embargo, la xenofobia y la precariedad legal siguen marcando la vida de muchos .

La diáspora lleva consigo un país que ya no cabe en un mapa. El acento venezolano suena en Houston, Lima y Madrid; las hallacas y las gaitas cruzan océanos; los grupos de apoyo en redes sociales funcionan como nuevas plazas públicas.
Pero también hay un sentimiento de limbo: no del todo de aquí, ya no del todo de allá. El regreso parece cada vez más improbable; la pertenencia se reconstruye a distancia.

Para quienes pusieron sus esperanzas en Estados Unidos, el panorama cambió drásticamente con el retorno de Donald Trump:

En 2021, bajo Biden, se otorgó TPS (Temporary Protected Status) a venezolanos presentes en el país.

En 2025, la administración Trump anunció la terminación del TPS, que afectaría a unos 350 000 venezolanos, argumentando mejoras en Venezuela y amenazas como el Tren de Aragua.

Se invocó incluso la Alien Enemies Act (1798) para deportaciones rápidas de venezolanos acusados de vínculos con pandillas, sin procesos migratorios regulares.

Organizaciones como la ACLU han llevado estos cambios a tribunales; en abril de 2025 el Noveno Circuito bloqueó temporalmente parte de las medidas, pero el clima migratorio se volvió incierto y hostil.

Este giro político deja en vulnerabilidad a quienes creían haber alcanzado estabilidad legal y hace más peligrosa la travesía de quienes aún intentan llegar.

En mi artículo anterior cuestioné la mítica “Patria Grande” latinoamericana. Hoy, la diáspora venezolana la desmiente con hechos: cuando millones cruzaron fronteras, el ideal de hermandad se enfrentó a la realidad de la burocracia y el nacionalismo.
Sin embargo, lo que nace no es solo fracaso: es otra forma de patria, tejida con memoria, redes digitales y resiliencia. Es una nación sin territorio pero con identidad viva.

El desafío ahora es que esa nación dispersa encuentre voz y fuerza política propia, especialmente ante políticas cada vez más restrictivas como las de Estados Unidos bajo Trump. Porque, mientras unos cierran puertas, la diáspora aprende a abrir caminos donde antes no existían.

Por Luz Neira Parra

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