-Hace 31 años, jóvenes tocando los cuarenta años, fuimos descubriendo desde las extrañas celdas del cuartel San Carlos, lo que es la sincronía con el anhelo popular. Con las esperanzas y sueños de las mayorías del país.
En mi caso particular fue una circunstancia fortuita para descubrir esa conexión de nuestro grupo de entonces, con el conglomerado fuera de las paredes de aquel viejo cuartel.
Alguien manejó la idea de iniciar algunas acciones desde afuera que manifestaran la solidaridad con los presos. Una de las actividades consistía en apagar y encender las luces de las casas. Aguardando la hora, las ocho de la noche, estábamos todos pendientes del evento. Atentos a los pocos edificios cercanos que apenas se veían desde nuestro sitio de reclusión.
Recuerdo la sensación de agradeciendo a Dios y el sentido de responsabilidad cuando observamos que de manera sincrónica en los apartamentos, se encendían y apagaban las luces.
La celebración de las mayorías. El contacto, la interacción con todos, cómo eso no es posible, recibir el reconocimiento, la comprensión, la gratitud de la mayor parte de los ciudadanos, esa es una razón de vida para quienes estamos en función pública.
La posibilidad de ese encuentro, entre grupos e individualidades. Con sentimientos colectivos, nace del espíritu, para que sea verdadero y permanente. De lo contrario se va con el tiempo y en lugar del bello gesto, se corre el riesgo de que el paso de los días, conviertan esperanzas en frustraciones y gestos bonitos en desagradables morisquetas.
La certeza del ideal como motivación, del desprendimiento altruista como razón. Es absolutamente vano, si no es amor verdadero, lo que nos motiva, todo lo que emprendamos en nombre del colectivo.
Posiblemente de eso han adolecido dirigentes y actividades de quienes nos han adversado en tiempos recientes. La consecuencia inmediata es rechazo y frustración de la misma gente. El ansia de poder por sus ventajas, de control y dominios sin sentido de altruismo, sin generosidad, se regresa y difícilmente se sostienen, al menos en nuestra patria.
Estamos obligados a la crítica sincera y profunda de nuestras motivaciones y razones. A no convertirnos en lo que criticábamos. A no repetir errores de quienes fueron poder. Si caemos en esto como movimiento, nos alcanzará la frase del evangelio: buena es la sal; mas si la sal se convierte en insípida, ¿con qué la salarás?”.
El desmontaje de estatuas del siglo pasado, la caída del saludante y el manganzón, son recuerdos que nos obligan para la consciencia y el trabajo con la mayor entrega. Nos corresponde estar como los corredores en las carreras de fondo en este año. Es el remate. Con el espíritu pleno de convicciones, con la verdad en el corazón y en los labios. Trabajar con desprendimiento y con inteligencia, con audacia. Unificar a todos en los objetivos comunes del alma nacional.
Sin dejar de lado los slogans y el discurso, pero conectados con el corazón. Sumar a todos en la convicción. Ser ejemplo de servicio y desprendimiento. De entrega. Solo así lograremos recuperar la mayoría que vimos esperanzada, que imaginamos desde nuestras celdas. La que se desbordó en muchas ocasiones detrás de Chávez, que aunque no les guste a algunos, fue, sin duda, un ser humano, con virtudes y defectos, ejemplo de entrega y que el pueblo de Venezuela amó y sirvió.
No hacerlo, o no ser auténticos en esta tarea, es correr el riesgo del olvido o peor, el del desprecio de nuestra gente que lucha, que espera, y es matar el recuerdo que el pueblo guarda en su corazón por aquellos jóvenes del 4F de 1992.
Trabajar para ser mayoría en el corazón de nuestro pueblo. Allá los sin ideales. Que se dividen y se pelean para disfrutar del poder. Venezuela merece que juntos celebremos, festejemos en paz, en libertad, en unidad.
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FRANCISCO J. ARIAS CÁRDENAS