Luz tensa. Contornos filosos como hoja de cuchillo. Blancos ruidosos. Negros soberbios. Manchones oscuros de sombras sobre paredes y pavimento. La tarde tontea para despedirse. Bañistas de sol en la plaza. Perros que corretean alegres. Sueltos.
La gente se resiente del calor de verano. Están acostumbrados a vivir cinco meses al menos en clima frio. El invierno le roba un mes al otoño y otro a la primavera. Sentados o tumbados sobre el césped de la plaza, toman cervezas en conversación amena. O en solitario. Algunos hombres andan por la ciudad en bermudas, sin remeras. Es un país para la convivencia. Amplio en su ser democrático.
Él solamente se resiente de las ausencias. Del silencio de los amores lejanos. De la conversación presencial de los amigos. Del vacío de calidez de su hogar en una ciudad a ocho horas de vuelo. Es migrante. Con todo, celebra el sol cuajado de amarillos que alumbra estos días. Disfruta de sus lamidos que saben a playa de mar en el Caribe.
En la mañanas escribe cuentos, relatos. Arma fotografías con pedazos visuales que encuentra cuando sale a airear el cuerpo. A dejar que su alma resuelle con la alegría callejera. Ahora trota. Hace la cuarta vuelta al circuito de quinientos metros de la plaza. Inhala, exhala con la boca. No está cansado. No suda mucho. Apenas una pequeña mancha de sudor sobre el pecho en su franela gris. Piensa en De que hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami.
Un hombre grueso sentado en una silla de ruedas está al borde de la pista de carrera. Viste franela ocre, pantalón azul. Al frente, del otro lado de la calle, una pared verde con sombras de árboles. Dos ventanitas circulares, simulan ojos que vigilan los autos estacionado a ras de la acera. Que hará en ese lugar el hombre de pantalón azul.
Desde su silla de ruedas en ángulo diagonal contrapicado ve pasar al trotador. Del negro profundo de sus pupilas, asoma un brillo alegre. Se siente calmo. Sereno. Liviano como el silencio de la madrugada. El corredor lo observa también con prudencia.
El viejo con delgadez de corredor y cabello que comienza a desteñirse, cubre la quinta vuelta en la pista para trote y caminata. Aumenta la velocidad en su ritmo. Al final en su rutina deportiva, hará un envión para sentir que vuela. Que las endorfinas danzan en alegre borrachera en su cerebro. Que una muchacha en un lugar cualquiera lo recuerda. Correrá a fondo los últimos minutos para susurrarse con la canción de Cat Steven que a pesar de la rudezas de la vida: I am old man, but I am happy.
El hombre en silla de ruedas continúa cercano a la esquina. El trotador al acercársele, disminuye la marcha, casi camina. Cara sobre el hombro, le habla respetuosamente, sí pudiera te regalaría la fuerza de mis piernas y vos seguramente me cederías una astilla de tu paz y armonía. Él escucha en silencio. Sonríe aprobatoriamente. El brillo de entusiasmo continua su viaje desde el negro de los ojos del hombre de franela ocre.