Miércoles 04 de diciembre de 2024
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ZULIANIDAD: Maracuchadas durante una tertulia en un porpuesto

El maracucho tiene siempre esa necesidad de estar comunicado, de hablar, de expresarse, aun sin conocer con quién lo hace;…

ZULIANIDAD: Maracuchadas durante una tertulia en un porpuesto
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El maracucho tiene siempre esa necesidad de estar comunicado, de hablar, de expresarse, aun sin conocer con quién lo hace; demuestra con ello la confianza, lo fácil que le resulta ser el centro de atracción, ser amigo. En el transporte público, específicamente en los porpuestos, se puede apreciar con facilidad la forma de expresarse. Abordamos una unidad en la parada La Limpia en el centro de la ciudad para hacer todo el recorrido y decirles lo que escuchamos. Lo cuenta Javier Sánchez, periodista de NAD

-¡Miaarma, este carro está "abollao!", dice una señora en la parada de La Limpia del centro, esperando los otros pasajeros para arrancar la ruta.

-Fíjate -le dice a su compañera- está chocao, oxidao, picao, vuelto nada. La capota está amarrada con alambre y las puertas no cierran.

Una de ellas le pregunta al conductor: "¿Este carro camina, señor?". ¡Ufffff!, más que una caminadora en Las Pulgas, respondió casi de inmediato.

Vivir un momento, un recorrido, un día cualquiera, en un porpuesto en Maracaibo, es combinar la tradición con sentido de humor, de pertenencia, amor por lo nuestro e identidad.

Foto: Xiomara Solano

Escogí un día para ir de pasajero en uno de ellos, en la ruta de La Limpia, de las más largas que hacen su recorrido desde el casco central de la ciudad, donde está la parada, para llegar mucho más allá de la populosa Curva de Molina. Visité el barrio Panamericano como punto final.

Foto:Xiomara Solano

Abordamos los cinco pasajeros en la parada del centro y de repente alguien gordo con un sombrero de paja y un cuaderno en la mano grita: "¡Sale la ensalada!, !sale la ensalada!".

Los pasajeros se rieron y me extrañó aquel anuncio. Al preguntar qué quería decir con ello, me respondió que era el sobrenombre que tiene el carro con casi 40 años, que lo ha retocado con pintura sobrante regalada por dueños de talleres para taparle lo oxidado y ha quedado con muchos colores. Como una ensalada.

Subimos (12 m) con un calor insoportable que no permitía a ninguno decir buenas tardes, hasta que el mayor de los viajeros rompió el "hielo" y dijo: "¿Amaneció el calor arrecho, verdad?" y casi en coro los pasajeros aprobaron con un gesto de sí.

De repente, entre los viajeros salió una pregunta para el conductor. Cuando le dijeron si valía la pena ser "chofer de tráfico" por el mal estado de sus vehículos y respondió:"Esto es pa’ locos, amigo, pero no queda de otra".

Foto: Xiomara Solano

En el carro que no tenía manillas, tapicería rota, sin vidrios, el pasajero murmuró entre nosotros: "Ya vais a ver, le voy a buscar la lengua al chofer" y en ese instante le preguntó que si no era preferible buscar otro trabajo: "Chico, yo nací chofer, manejo desde los 13 años y moriré chofer".

Uno de los pasajeros le contestó: "Estáis como yo, que le digo a mi mujer que de Maracaibo no me saca nadie; si fíjate que la gaita dice que esta es la ciudad más bella que existe en el continente, tiene lago, China y puente, gaita y hospitalidad, como dice un verso. A veces me pongo bravo con ella, pero a lo que me tomo dos, se me pasa y limpio hasta los baños".

Hubo un silencio sepulcral dentro del cacharrito y en ese momento le repica el teléfono al chofer y se escucha cuando contesta: "Te voy a decir la verdad: este carro camina por experiencia, ya son 40 años de matraca y ha cogío más pintura y retoques que Lila, así que no te lo voy a vender porque te voy a engañar, ya que la máquina la tiene flocha".

Foto:Xiomara Solano

"¡Déjeme aquí, señor!", dijo una guajira que llevaba un bebé en el hombro después de amamantarlo y el conductor le recordó: "Primero guardate la teta, muchaaacha".

Seguimos el viaje, tomamos otro pasajero a la altura del CC Galerías, donde van a reabrir una pista de patinaje sobre hielo, y fue motivo de volver al diálogo. "Yo digo que con este calor que está haciendo, que parte piedras, esa pista se derretirá como lo hacen los cepillos del Paseo del Lago", comentó el pasajero que venía desde la parada. "No se derrite chico, en Maracaibo hay de todo", respondió otro viajero.

Ante las quejas permanentes de quienes a diario se montan en la ruta, por el humo negro del escape, los vidrios que no bajan, la tapicería con huecos, los cauchos como cabeza de recién nacido y el motor sonando más que la Sonora Matancera en sus buenos tiempos, un joven como de 12 años que iba atrás, escuchaba sin hacer comentario alguno, y mantenía una cara de angustia y de dolor.

Foto: Xiomara Solano


De pronto, se comenzó a sentir un hedor dentro del carro y el chofer les pidió a los últimos pasajeros que abordaron el vehículo, que se revisaran los zapatos.


Lo hicieron, y a mí, que iba en la parte delantera, me señalaba especialmente con el dedo índice y le dije que yo no era. A medida que transcurría la ruta, era mayor el hedor y el chofer sacaba la cabeza por la ventana del carro y el resto de los pasajeros se colocaron tapabocas, hasta que el conductor detuvo el vehículo y dijo en tono fuerte: "¡O se baja el que se hizo pupú, o no sigo!".

Foto: Xiomara Solano

En ese momento, el joven que venía en la parte trasera abrió la puerta y salió corriendo mientras el chofer le gritaba: "¡Me hubieras dicho, chico, y te busco un baño, güev…..".
Todo confuso, invitó a bajarse a los pasajeros: "Voy a limpiar el cojín", y un señor le gritó en la parada: "Tranquilo Luis, que eso es buena suerte".


De regreso, me vine en un bus, pero un vallenato a todo volumen que tenían puesto no me dejó escuchar la tertulia maracucha que también se forma en estas unidades. Así somos.

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