Hoy, en el día de su 496 aniversario, Maracaibo se engalana para conmemorar su fundación. Esta fecha es un homenaje a una ciudad que vive bajo el sol y late al ritmo de su gente. Más allá de los monumentos, esta es la historia de los rostros que construyen su presente día a día. A través de este fotoreportaje, te invitamos a recorrer su pasado, su presente y el alma que la hace única.

El pasado se respira en sus edificaciones icónicas. El Teatro Baralt, majestuoso y elegante, ha sido testigo de innumerables historias. La Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá, hogar de la patrona de la ciudad, guía con fe y devoción a los zulianos. Y el Palacio de los Cóndores, con su imponente arquitectura, evoca la grandeza de otros tiempos.

Pero el alma de Maracaibo late en su gente. Los buhoneros de Las Pulgas, con su energía incansable, representan la fuerza viva del comercio informal. Los colectores de autobuses, con sus gritos característicos, orquestan el caótico, pero vital, transporte público. Los pescadores, con sus redes y botes, honran la tradición lacustre. En Santa Rosa de Agua, los pintorescos palafitos se alzan sobre el agua, conservando la esencia de un pueblo pesquero. Cada rostro cuenta una historia: la del trabajo arduo, la esperanza y la supervivencia.

La esencia de la ciudad también se entrelaza con las raíces de sus pueblos originarios. Los indígenas, con su cultura y tradiciones ancestrales, forman parte vital del tejido social de Maracaibo. Sus rostros, marcados por el sol y el tiempo, son testimonio viviente de la historia de esta tierra.

La ciudad se despliega en un mosaico de imágenes. La Vereda del Lago, con su nombre en letras gigantes, es escenario de amaneceres de ensueño, con el lago de fondo y los atletas trotando al ritmo de la ciudad que despierta. La calle Carabobo, con sus casas de colores, es un viaje al pasado que aún respira en el presente.

El sol inclemente de Maracaibo es una constante. En sus calles, la vida cotidiana transcurre bajo un cielo azul intenso, donde los paraguas se convierten en fieles compañeros, ofreciendo un efímero refugio a los transeúntes.

Y para mitigar el calor, nada mejor que una refrescante agua de coco. Esta bebida natural refleja la riqueza tropical y la sencillez de los placeres que ofrece la ciudad.

Maracaibo es una ciudad de contrastes, donde lo antiguo y lo moderno conviven en un mismo espacio. Una ciudad resiliente que se reinventa cada día. Esta es una celebración a su historia y, sobre todo, a su gente.




















Fotos y texto: Rosell Oberto
Noticia al Día