Maracaibo, tierra de soles rajados y cuentos en cada esquina, guarda en sus veras una historia que pocos han contado con la seriedad que merece. Esta vez, dejamos de lado el eterno Saladillo y El Empedrado para meternos hasta los tuétanos de un barrio que nació a orilla de los caminos y terminó en el centro mismo de la ciudad: Las Veritas.


De acuerdo a información de Zulia una Historia, Las Veritas no fue planificada. Fue nacida de la necesidad, del paso de los burros, del bullicio de las pulperías, del aroma al bahareque y de las historias que se colaban entre los callejones. No existían calles como tales. Había veredas, esas "veras" que le dieron nombre al sector, porque allí se caminaba bordeando el monte, el barro y el viento seco del cerro El Zamuro.




Quién no tuvo una abuela en Las Veritas
¿Quién no tuvo una abuela que vivió allí? ¿Quién no escuchó historias de cuando el Gallo de Veritas cantaba más duro que el de Petare? El “gallo” de esta historia fue también el alma de muchas imágenes que ahora nos permiten revivir este territorio olvidado por el discurso oficial.

Para los años 30, ya Las Veritas era un hervidero de comercio y tránsito. El tranvía pasaba por la calle Los Andes desde 1927, y fue precisamente allí donde se impulsó un megaproyecto urbano en 1930, en conmemoración del Centenario de la Muerte del Libertador. A su alrededor, nacieron instituciones clave como el asilo de mendigos, el Instituto Pro-Infancia y hasta un dispensario escolar.

¿Y el asfalto? No existía. Lo que sí había eran sueños. Cañada Vargas pasaba como serpiente de agua junto al cerro, el barro rojo se tragaba las alpargatas, y las 70 hectáreas del sector eran puro terreno arcilloso y monte.

Pero Veritas creció. Mientras otros sectores se debatían entre lo rural y lo improvisado, aquí ya se pavimentaba con macadán petrolizado en el ’27. ¿La razón? Su ubicación estratégica cerca del cementerio San José y de El Paraíso, además del auge petrolero que le daba pulmón a cada calle.


Las Veritas es testigo del Maracaibo que madrugaba. Con familias trabajadoras, humildes, de lucha diaria, que sacaban adelante la ciudad vendiendo, cargando, cocinando, manejando. No es un cuento de hadas, es la historia real de un sector que ayudó a mover la capital zuliana desde sus márgenes.


Hoy, más que un recuerdo, Las Veritas sigue latiendo, aunque ya no suene el tranvía ni los burros carguen agua. Pero queda la memoria y, sobre todo, la dignidad de sus calles.
Haroldo Manzanilla
Fotos: María Oñate /pasante
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