Mary Navaza, joven maestra de un barrio de Maracaibo, se levanta muy temprano para hacer sus oficios del hogar y acomodar el espacio que todos los días convierte en aula de clases para paliar fallas de algunos de los alumnos que por distintas razones no cumplieron con la totalidad del período de clases en instituciones educativas.

Esta maestra ha hecho lo posible para que los alumnos de su comunidad tengan la educación a su alcance. Abre su corazón y un espacio pequeño de su humilde hogar para enseñar a los niños marabinos que tanto lo necesitan. Se mueve por la sala que convierte todos los días en aula escolar.
Asimismo Eglee, una docente, con 12 años de experiencia ofrece su hogar a la enseñanza, desde enero de 2020, cuando comenzó la cuarentena por el coronavirus en Venezuela y cerraron los colegios. Le enseña a diez alumno a sumar, restar, y un trato especial para los que tienen dificultades para la lectura.
La maestra de 45 años, les corrige los signos de puntuación y ortografía a sus alumnos que están bajo su tutela y todos los días antes de finalizar la jornada deja 15 minutos para enseñarles normas de cortesía.
Esos espacios caseros transformados en aulas improvisadas para impartir clases durante las vacaciones escolares, conocidos popularmente como "saloncitos" o "escuelitas", fueron una tradición arraigada en muchos sectores del país y especialmente en Maracaibo.
Hoy en día, algunos de ellos aún contribuyen al desarrollo cognitivo de niños en edad temprana, preparándolos para su ingreso definitivo al sistema educativo formal.

Origen y propósito social
Estos espacios florecieron especialmente en comunidades de bajos recursos durante los recesos escolares. Amas de casa con vocación pedagógica adaptan rincones de sus hogares, convirtiéndolos en pequeños santuarios del saber.
Su origen se remonta a una necesidad palpable en la comunidad: madres y padres preocupados por mantener a sus hijos ocupados y estimulados intelectualmente durante las vacaciones, encuentran en vecinas, tías o incluso maestras jubiladas la solución ideal.
Desde el mes de julio a agosto, estas mujeres abren las puertas de sus casas, transformando una habitación en un improvisado salón escolar. Tras el receso, algunos de estos "saloncitos" permanecen abiertos para ofrecer apoyo a estudiantes con dificultades en lectura, escritura u ortografía.
Un ambiente sencillo y cercano
Por lo general, las "escuelitas" son sencillas pero funcionales. Pupitres rústicos, una pizarra improvisada y materiales didácticos básicos, bastan para dar vida a la enseñanza. Su ambiente íntimo y familiar permite una atención más personalizada a cada estudiante, reforzando habilidades básicas como la lectura, las operaciones matemáticas elementales y los valores cívicos y morales.
Legado y convivencia comunitaria

Para muchas generaciones de marabinos, las "escuelitas" representan un recuerdo entrañable de la infancia. Eran los lugares donde se forjaban las bases del conocimiento, donde se aprendían las primeras letras y números, y se descubría el gusto por el aprendizaje de una manera lúdica y cercana, según cuentan los abuelos.

Más allá de lo académico, estas iniciativas fomentan la convivencia entre los niños del vecindario, creando lazos de amistad que perduran por años. Constituyen un testimonio de la creatividad y el espíritu comunitario de una ciudad que, ante la necesidad, supo encontrar soluciones prácticas y efectivas para nutrir el intelecto de futuras generaciones, preparando el terreno para su ingreso exitoso a los colegios formales.
Estas humildes aulas caseras nacidas de la iniciativa popular, fueron y son un pilar fundamental en la educación temprana de muchos, dejando una huella imborrable en la historia social y educativa de la región.
Noticia al Día/ Foto: Arelis Munda
Noticia al Día/ Foto: