El pan de jamón, uno de los productos más emblemáticos de la Navidad venezolana, tiene su origen documentado en Caracas a comienzos del siglo XX. Diversas investigaciones históricas coinciden en que la primera referencia formal aparece en 1905 en la panadería Ramella, ubicada en el centro de la capital.
De acuerdo con crónicas de la época, el pan original era más sencillo que el que se conoce hoy: una masa de pan sobado rellena únicamente con jamón en lonjas. El panadero Gustavo Ramella es señalado como el creador de esta receta inicial, que rápidamente empezó a replicarse en otros establecimientos de la ciudad ante la buena recepción del público.
Hacia la década de 1920, otras panaderías caraqueñas comenzaron a modificar la receta agregando pasas, aceitunas y posteriormente tocineta, ingredientes que terminaron por definir el perfil dulce–salado que caracteriza al pan de jamón moderno. Con el tiempo, la preparación se estandarizó y se convirtió en un símbolo navideño nacional.
A pesar de su origen capitalino, el pan de jamón se expandió por todo el país, adaptándose a ingredientes y estilos locales. Actualmente existen versiones artesanales y gourmet, así como alternativas con masa hojaldrada, integral o rellenos adicionales.
La versión zuliana: más relleno, más color y un estilo bien marcado
En Maracaibo, el pan de jamón se caracteriza por ser más cargado en el relleno que el estándar capitalino. Los panaderos locales suelen sumar generosas lonjas de jamón, más aceitunas y pasas, y en muchos casos capas extras de tocineta. Algunas versiones incluyen un toque dulce adicional con papelón o un barniz más intenso que le da color y brillo.
Además, entre los zulianos predomina la idea de que el pan debe “llevar chance”, es decir, verse robusto, abundante y rendidor. La masa también suele ser ligeramente más suave, lo que hace que la experiencia sea distinta a la de otras regiones del país.
Aunque no se originó en el Zulia, el pan de jamón se convirtió en un producto fundamental de las mesas decembrinas marabinas. Panaderías artesanales, emprendimientos caseros y cadenas locales lo producen desde noviembre, generando una fuerte demanda que refleja cuánto lo incorporó la cultura gastronómica zuliana.
El resultado es un producto que mantiene su esencia venezolana, pero con sello propio: más sabroso, más generoso y con personalidad inconfundible.
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