Víctor Álvarez R. / @victoralvarezr
En una reciente entrevista, el comisionado especial de Trump para Venezuela, Richard Grenell, dijo: “He visitado a Nicolás Maduro, me he sentado frente a él, le he expresado la postura de América Primero, y entiendo lo que quiere. Creo que aún podemos llegar a un acuerdo, creo en la diplomacia, creo en evitar la guerra”.
La estrategia de máxima presión desplegada por la primera Administración Trump fracasó para forzar un cambio en el mando político de Venezuela. Insistir en la estrategia del todo o nada impide avances parciales para avanzar hacia objetivos superiores. El despliegue naval y los ataques letales que amenazan con una situación de violenta y destrucción para forzar un cambio en el mando político no garantizan la paz ni la gobernabilidad del país.
Forzar un cambio en el mando político por la vía violenta e insurreccional no garantiza una solución del conflicto venezolano, tal como ha quedado demostrado en Irak, Libia, Siria y Afganistán. Para derrocar a Sadam Husein se convenció al mundo de que en Irak se estaban desarrollando armas de destrucción masiva, con ese pretexto se justificó la invasión militar pero tales armas no se encontraron y el país quedó sumido en la violencia y destrucción. Las guerras civiles en Libia y Siria y los ataques militares externos forzaron el derrocamiento y muerte de Muamar Gadafi, y la huida de Bashar al Asad a Rusia, pero el violento cambio en el mando político no llevó al fin del conflicto ni mucho menos a la paz. En Afganistán, las tropas de EEUU se retiraron después de 20 años de ocupación sin resolver el conflicto interno ni garantizar la paz, los talibanes volvieron a la ofensiva, fueron tomando las capitales de provincia hasta llegar a la capital y retomar el poder central, sembrando de violencia y terror al país. Todos esos países siguen hundidos en una prolongada espiral de violencia y destrucción que los ha dejado en ruinas.
Para evitar que Venezuela caiga en una ola de violencia y destrucción hay que trabajar en una solución inclusiva, con garantías de protección y no persecución para quienes se diputan el poder político. Justamente, por no pactar estas garantías de no persecución antes de las elecciones del 28 de julio de 2024, el CNE anunció un resultado contrario a las encuestas preelectorales, a las consultas a boca de urna y a las actas en manos de los testigos de la oposición. Ante el temor de los gobernantes a ser perseguidos y condenados en caso de perder el poder, las elecciones presidenciales no desembocaron en un cambio en el mando político, sino en el recrudecimiento de la represión.
Quienes reclamaron el triunfo en las urnas -en vez de volverse a contar en las elecciones parlamentarias, regionales y municipales para demostrar con quien está la soberanía nacional ejercida a través del voto-, llamaron a la abstención, desmovilizaron a sus seguidores y no pudieron comprobar su fuerza y apoyo popular. Gracias a la abstención y división de la oposición, el oficialismo convirtió en mayoría a su minoría, y arrasó con 256 de los 285 diputados a la AN, 23 de las 24 gobernaciones y 285 de las 335 alcaldías. Desde esta plataforma de poder institucional, el oficialismo organiza a miles de milicianos y colectivos armados. El régimen consolidó su control del territorio nacional y tiene el control de todas las instituciones, incluyendo la FANB y la Milicia Bolivariana; pero al parecer los partidarios de forzar un cambio en el mando político a través de una intervención externa no se han dado cuenta y cometen un grave error de cálculo al subestimar el control territorial, militar, económico y social que tiene el chavismo. Creen que basta con derrocar a Maduro para que todos los demás se rindan.
El chavismo no desaparecerá de la noche a la mañana y ofrecerá resistencia en todo el territorio nacional. De hecho, Nicolás Maduro anunció que, en caso de un ataque militar, la revolución irá a la resistencia armada y Diosdado Cabello anunció el paso de una revolución pacífica a una revolución armada. Para estar preparados, ordenaron la movilización de la FANB y el alistamiento masivo en la Milicia Bolivariana. Este ambiente neurotiza a la población, los hogares venezolanos están atormentados por el miedo y la angustia que genera el despliegue de naves de guerra de EEUU hacia Venezuela, los bombardeos letales a embarcaciones de origen venezolano, y eventuales ataques militares externos a objetivos ubicados en el territorio nacional, a los que el gobierno responde con los llamados a alistarse y prepararse militarmente para defender la soberanía nacional.
Las graves implicaciones que acciones de este tipo pueden generar exigen ir más allá de las narrativas simplistas y examinar las consecuencias reales de una escalada de tensiones que puede desembocar en un incidente aislado que sirva de pretexto para justificar un desenlace violento. La solución del conflicto venezolano no se logrará en un ambiente de persecución y amenazas, aumento de recompensas, despliegue de naves de guerra y ataques letales a embarcaciones venezolanas que anuncian una operación quirúrgica y fulminante. Esa no es la vía para encontrar una solución verdadera, sin el dolor, afanes de venganza y violencia interminable que suele dejar una intervención extranjera.
En vez de seguir atizando la escalada de tensiones para forzar una salida violenta, hoy más que nunca Venezuela necesita una oportuna mediación internacional para lograr una solución diplomática y pacífica del conflicto que la amenaza. Esta vía requiere destreza política, capacidad de diálogo, generación de confianza y diseño de mecanismos de negociación que permita llegar a acuerdos viables en torno a un proyecto de reconciliación, reencuentro y reconstrucción nacional. Con una adecuada mediación internacional se puede reactivar la negociación directa entre la Casa Blanca y Miraflores para avanzar hacia una solución pacífica del conflicto venezolano. Ojalá las declaraciones de Grenell sean un indicador de la reconsideración de la política exterior hacia Venezuela y que en la correlación de fuerzas internas en la Administración Trump todavía quede margen y espacio para evitar que sigan escalando las tensiones y lograr una solución diplomática y pacífica del conflicto.