Viernes 06 de junio de 2025
Opinión

Una de bicicletas (por Alejandro Vásquez Escalona)

La fotógrafa visitaba la Escuela de fotografía. Cruzó la frontera del país vecino. Contó que mucha gente también atravesaba la…

Una de bicicletas (por Alejandro Vásquez Escalona)
Foto: cortesía
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La fotógrafa visitaba la Escuela de fotografía. Cruzó la frontera del país vecino. Contó que mucha gente también atravesaba la línea territorial divisoria, pero en sentido contrario. Que el viento no sabía de levedad. Que sentía un peso de tristeza sobre la piel al ver la multitud. Tiempos húmedamente desoladores. Huida a otros territorios ajenos. Pero la tarde aún festeja ser bañada con la luz del sol. Diagonal. Inclemente aún. Treinta y tantos grados centígrados de temperatura. En la calle cercana al centro de formación de fotógrafos, circula varios autos. Autos que escupen calor. Dióxido de carbono. Bramido de cláxones.

Ella llega en su bicicleta verde, pálida o azul. Alargadamente bonita como una espiga de trigo. Cabello negro que no se bambolea con el viento sobre la bici. Es corto. Saluda. Entra a escuchar sermones sobre estética visual. Composición y encuadre. A recibir sugerencias sobre la tarea a cumplir para otra sesión de clases. Su cuerpo suda un poco. El brillo de sus ojos alumbra el camino a su sonrisa que entíbiese el ambiente. No es mucha la gente que usa bicicletas para transportarse en la ciudad sitiada por la escasez de combustible. Ahogada de inflación. Y de pensamiento único punzante. La muchacha es solitaria entre las multitudes. Es la primera vez que la veo. Ahora siento como se expresan los Vientos Alisios del norte.

De los árboles de desgajan tropeles de hojas amarillentas. Mueren bailando. Seguramente saben que otro vestido verde cubre las ramas de los bosques domesticados de la ciudad. Es otoño. El invierno anuncia su llegada. Catorce grados centígrados. La observo venir en su bicicleta negro opaco. Otro país. Otra alegría de muchacha distinta. Delgada también, pero morena. Alegre. Menos expresiva, pero en paz. La conocí un domingo de meditación Vipassana. Hoy es otro domingo. Vamos al Contemporany Space Art. Entre dos domingos escribió para mi Instagram: ´Cuando leí tus relatos, me enamoré de la manera como describes los colores. Es una mirada de fotógrafo. Me encantó la relevancia poética que impregnas a tus cuentos´. Recordé a la muchacha de la bicicleta verde, pálida o azul. A su sonrisa siempre a medio andar para que no se acabe. A las perennes temperaturas altas. Al país ajado. Lejano.

Hace cinco meses vi nuevamente El Ávila, en Caracas. Lloré por dentro de alegría. Atravesé el país de ciudad en ciudad con estadía un poco larga en cada una. En todas, tratado como un Sensei. Levedad en el viento. No euforia, pero no tristeza. Desando el territorio donde me convertí en traidor. Abandoné mis filas y me fui a lo desconocido. A vivir en Montevideo Hoy respiro la realidad de mi ciudad, Maracaibo, más ruda que otras sostienen algunos.

Otra tarde. Otro sol que continúa su festejo de ser caribe. Treinta y tantos grados. Ella está entre la multitud de chicos que aspiran a ser fotógrafos. Otra Escuela, pero es la misma. Me ve. Se acerca. Me braza largamente. Siento su aliento cálido en mi oído. Sus senos que se hacen más pequeños sobre mi pecho. No llegó en bicicleta. Llegó en coche, aunque confiesa que sigue viajando en su bici. No es una traidora.

Estoy sentado a cincuenta centímetros del Lago Coquivacoa. Tomó una taza de café. Rastreo mi memoria. Lanzo la red a lo vivido. Miro la pradera acuosa amarillada por la luz del sol de la mañana. Lejos en el horizonte en la costa contraria, destaca un mechurrio de un complejo petroquímico que vomita humo negro. El cielo es tan azul. Las nubes tan blancas que como diría Haruki Murakami si los miramos, podría dolernos los ojos. El humo industrial se mueve de norte a sur. Enhollina la blancura de las nubes. Pienso en los Vientos Alisios que lavan la tierra. En las calles atestadas de coches. Me pregunto si la muchacha que escribe poemas y habita en Mérida usará bicicleta. De qué color será. Me pregunto si la mujer que viajó conmigo en coche durante casi treinta años, un día se trasladará en bici. Tengo mi bicicleta anaranjada. Cabalgo sobre ésta en algunas ocasiones. El retrato de otra muchacha bicicletera la observa permanentemente. Y la fotógrafa trashumante en donde celebrará la vida con un clic de la mirada.

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