Ucrania vive en septiembre de 2025 uno de sus momentos más frágiles desde el inicio de la invasión rusa en 2022. La resistencia heroica de Kiev, celebrada por Occidente hace apenas dos años, parece hoy una llama que titila en medio de la indiferencia internacional y la fatiga bélica.
Rusia ha intensificado los ataques con misiles y drones no solo sobre suelo ucraniano, sino también sobre la frontera polaca, recordándole a la OTAN que la guerra no se limita a las trincheras del Donbás. Varsovia ya ha sentido en carne propia la lluvia metálica de Moscú, y el eco de esas explosiones debería haber sacudido a Bruselas y Washington. Pero la respuesta ha sido apenas un murmullo: más sanciones retóricas, más promesas que no llegan, más silencio cómplice.
Estados Unidos, atrapado en sus propias batallas electorales y en su giro hacia Asia, ha reducido su entusiasmo por sostener a Zelenskyy. La OTAN, desunida, parece resignada a que Ucrania se desangre lentamente. Y Europa, atada a su dependencia energética y a la sombra de la ultraderecha que gana espacios, prefiere hablar de diplomacia mientras contempla cómo Kiev se queda sin municiones ni respaldo real.
Mientras tanto, China juega su papel con calculada frialdad: sonríe en los foros internacionales, ofrece discursos sobre la paz, pero en los hechos mantiene un comercio subterráneo con Moscú que le permite sostener la maquinaria de guerra rusa. No es complacencia; es estrategia: dejar que Rusia desgaste a Occidente mientras Pekín se consolida como árbitro del nuevo orden global.
Volodymyr Zelenskyy, otrora símbolo de la resistencia europea, se encuentra cada vez más aislado. Su retórica sigue siendo encendida, pero sus manos tiemblan ante la posibilidad de que Occidente lo abandone a su suerte. Su figura empieza a desvanecerse en los titulares internacionales, opacada por las urgencias económicas y las disputas políticas de otras latitudes.
La pregunta es inevitable: ¿ha llegado el momento de la rendición diplomática? No porque Ucrania lo quiera, sino porque la comunidad internacional parece empujarla hacia allí. Una rendición disfrazada de “acuerdo de paz”, que en realidad significaría aceptar la mutilación de su territorio y la consolidación del expansionismo ruso.
La guerra, que comenzó como un grito de dignidad, corre el riesgo de terminar como un tratado vergonzoso. Y Europa, que alguna vez juró “nunca más” a la invasión y la ocupación, podría estar a punto de repetir los errores que marcaron su historia en el siglo XX.
Por Luz Neira Parra