Miércoles 18 de junio de 2025
Opinión

Tu nombre en la pared (por Alejandro Vásquez Escalona)

La niña tiene unos ocho años. Y unos ojos inmensos. Negros como luna llena meciéndose sobre las aguas  en laguna…

Tu nombre en la pared (por Alejandro Vásquez Escalona)
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La niña tiene unos ocho años. Y unos ojos inmensos. Negros como luna llena meciéndose sobre las aguas  en laguna de montaña. El chico inunda de miradas pensativas el silencio. Seis años. La madre los sábados se ausenta a la universidad. Cursa un posgrado en codificaciones 010101 para la educación. Su presencia simula una ventisca con lluvia con granizos. Recia como si deseara ordenar el mundo. Poco cielo. Mucha territorialidad. El padre y los niños brumas intangibles de sueños. Ella también los posee, pero llenos de certeza para realizarlos. Y los sueños no son para realizarlos, sino para que el corazón descanse.

Casi mediodía del sábado. Entran a una ferretería, compran una lata de spray negro. El padre sabe grafitear. Lo aprendió en una guerra subterránea donde apostó a mirar siempre el horizonte, más a allá de su tonalidad. Agita la lata de pintura para comprobar su calidad. Los niños lo ven con la calidez del asombro. El trayecto es de unos diez kilómetros hasta la universidad. En el auto bromean. Él bebe una cerveza. Los chicos toman malta.

La ciudad se desnuda bajo un sol inclemente. Los autos tosen monóxido para abrirse paso en las avenidas. Estornudan su cláxones para hacer saber que sus conductores solicitan paso. Un latón vertical verde en un recodo de la vía. El hombre se baja del coche lata en mano escribe en vertical: Cuando te conocí, tu mirada ribeteaba la cordillera por la ventana del salón de clases. Antes no existíamos. Alegre cumpleaños. Los hijos flipan. Comienza la travesura.

Semáforo en rojo. Espera. Otros coches runrunean alrededor. Tensión. Verde pradera y partida al encuentro con la mujer que vuelve nuestro hogar un baile sin orquesta. Un muro largo paralelo a la calle. Ladrillos grises. Otra vez el dedo sobre el atomizador: ´recuerdo que en esos días tenías el pelo largo y negro como la tinta china…Los ojos brillantes. Los labios delgados y suaves como acabados de hacer´. Celebramos tu aniversario, mujer. Pa, falta mucho, porque mamá podría molestarse si tiene que esperar, pregunta el chico. No pasa nada, en unos cuatro grafitis más llegamos, sostiene el padre.

Otra cerveza. Otros pepitos. Otra brisa que es la misma, pero en distinto espacio de la vía que recorren. Un edificio blanco impecable. Pared lateral como hoja de cuaderno escolar para dibujar soles trasnochados por niños traviesos.

El padre estaciona. Baja rapidísimo. Deja el auto casi atravesado en la carretera. Sólo dos cervezas. Se acuerda de su tiempo como hippie. Junto a su mujer volteaban el país en un coche sencillo con equipo de acampar en la cajuela. Ahora todavía son jóvenes. Ella  cada día más hogareña. El también, pero con su corazón viajando a la montaña para dormir en carpa todos. Como cuando solo eran dos amantes. En ese escrito en la pared lo expresaba: mujer, siento que ´Lo único que no había cambiado eran aquellas pupilas claras como un lago y aquellos labios que temblaban con timidez´. Alegre aniversario.

Ella espera en el estacionamiento del edificio universitario. Se ve tranquila. Después expresa que obtuvo buenas calificaciones en una evaluación en su maestría. Sube al auto. Un hola suena cálido. No besos en mejilla. No es costumbre. Menos en la boca. Desandan el camino hasta el hogar. Ahora si es mediodía. No se escucha canto de chicharras. Ellas habitan en la montaña. El humo vomitado por el escape de un ómnibus, casi suena en el parabrisas de la camioneta donde viajan. Pasan frente a la pared blanca. El niño dice que hermoso el blanco de esa pared. Ella se retoca el maquillaje en el espejito del auto. No mira la calle. Menos la pared. Otra cerveza. Brindis. Feliz cumpleaños, mujer. Ella sonríe. Agradece.

Continúa el regreso a casa. En el muro de ladrillos grises, refulgura la palabras negras. Las ilumina el sol del mediodía. Ese muro de bloques es gigantesco, mamá. Quizás así es el Muro de Berlín, sostiene la niña. La mujer revisa en su maletín escolar algo. No mira. Tenéis unas cosas, niña cuestiona tiernamente. Luego atraviesa un recodo. El cartel vertical sólo es un visaje verde en el viaje de regreso

Llegan a casa. Un lago espejea la vivienda. Es temporada de peces. Las gaviotas y los patos negros revolotean sobre las aguas en una especie de ritual  parecen celebrar los  treinta y tantos años de la mujer. Él piensa en Haruki Murakami. Escucha a Pink Floyd. Brinda. Celebra. También en el silencio habitan los amores.

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