Llegó, Diana Urdaneta, al liceo Manuel Segundo Sánchez a comienzos del 76 para convertirse en La Reina indiscutible de cualquier certamen. Una niña preciosa, de ojos verdes esmeralda y, en veces, azulados, esto sin usar lentes de contacto, cabellos lacios, no muy largos, era pequeña, labios de fruta madura, tierna a lo sumo, delicada como los pétalos. Su madre llevaba el mismo nombre y era una mujer delgada, tan linda como su hija.
Estudié con Diana Urdaneta aunque no en la misma sección. Nos hicimos amigos. La visitaba en su apartamento de Raúl Leoni. Su padre nos hacía meriendas, un jugo delicioso con gelatina de cola y hielo que, ahora mismo el sabor me viene a la boca.
La mamá de Diana conducía un Volkswagen celeste como el del Presidente Mujica, sabíamos que trabajaba en el despacho del decano de la Facultad de Arquitectura de LUZ. A Dianita – así siempre la llamé – le escribía esos malos poemas de amor que hacemos en la adolescencia.
Con el correr del tiempo la Promoción Manuel Segundo Sánchez 81 encargó a uno de los compañeros, Mauricio Soto, para que rastreara profesores y alumnos para los encuentros, por lo general en sábado y en granjas donde compartíamos, comíamos y destacaban en sus condiciones de cantantes Mervin Rojas y Andrés Medina que es como tener en frente a Julio Jaramillo.
La última vez nos honró con su asistencia nuestro Padrino de Promoción, el profesor de matemáticas, Lalo Núñez, por los años era como un niño y como un niño lloró pleno de la emoción.
Mauricio nunca dio con el paradero de Diana Urdaneta y, como soy aries, terco como una mula, no he dejado de buscar, de preguntar por ella, al igual que una buena amiga que se perdió del radar: Nancy Santiago Peredes.
JC