Sábado 30 de noviembre de 2024
Opinión

Nico no vende sueños (Alejandro Vásquez Escalona)

Ya no habito en Comercio 2188. Me trasplantó la vida a Cordón, Defensa 1827. Con todo, volveré a la feria…

Nico no vende sueños (Alejandro Vásquez Escalona)
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Ya no habito en Comercio 2188. Me trasplantó la vida a Cordón, Defensa 1827. Con todo, volveré a la feria de mercado cercana al piso donde estuve por un año. Será el próximo sábado, después del día de Reyes. Como es habitual, me subiré al ómnibus 103. Lo esperaré. Me bajaré en 8 de octubre con Comercio. Hay otros que van en la misma dirección. No tengo prisa por llegar a ningún sitio. A ninguna hora. Compraré frutas, verduras y pescado. Miraré. Puede que converse con alguien, que le haga un retrato.

Puede que no. Ahora pienso en la última vez que acudí a ese lugar. Y escribo.

Termino de retratar a Mayda y a Daniel, su esposo. De disfrutar una conversación cálida con ellos. Lo recuerdan?. Al lado, Nicolás tararea una canción que no conozco. Detrás de su mesita de venta cubierta con plantines de flores y otras aventuras (maticas en materitos, pues, en venezolano) simula seducir a los marchantes con su mercadería de verdores vegetales diversos. Alto y macizo con rastros de ironía amigable. No bromista, porque es de palabras cuentagotas. De simpatía lanzada con anzuelo cauteloso. Le saludo.

Y desenfundo el bla, bla honesto que me lleva al otro extremo de la calle del mercado. A humedecer mi desierto de amistades. De familia en multitud. Después vienen las fotografías. El empozamiento de sensaciones para armarlas en el rompecabezas de la palabra para hacer estas crónicas, cuentos, relatos, no lo sé. Lanzo todas las etiquetas al cesto. O eso intento.

En la acera contraria continúa el hilo narrativo del futuro retrato de Nicolás. Le sugiero que pose. Me repito. No tengo empacho en asumirlo. De fondo una pared con hendiduras ocres como rayas verticales en el cemento y rayas horizontales grises del metal de una santamaría donde muere el muro. Nico sonríe porque sí, frente a la ventanita por donde se asoma mi ojo izquierdo. Y sigue el tintineo de las palabras sudorosas por el sol reseco del casi mediodía. Yo era marino, me dice. Ahh, conociste muchos países comento. No fui marino en agua dulce.

La epifanía que les compartí en otra ocasión, ya habita en mi cabeza. Por eso, también fotografío los plantines en detalles para que acompañen al retrato. Una matica solitaria de marihuana, crece junto a una de girasol. Apostaría lo que fuese a que nadie la invitó a esta borrachera. A que es una intrusa que se le permite la travesura.

Oigo. Incito la conversación. No me agrada preguntar casi nada. Estímulo para que reverdezcan los deslumbramientos del otro. Para que humeé el sopor de la memoria.

Nicolás, extrae de la mochila de viajero su espíritu cimarrón. Asume que dejó de escanear las riveras del Rio de La plata y sus aguas en barcos ahítos de mercadería ajena. De no llegar a fin de mes, estirando las manos para alcanzar su salario los sábados. Por eso no vende humo. Vende plantas de flores y aromas. Ya lo dije. Lanzo los dados contra quien sea que así es. Destila honestidad por sus doscientos y tantos mil poros.

Curioseo ingenuamente ingenuo sobre de la legalización del consumo de la marihuana en Uruguay. La venta de las hojas de marihuana procesada, solamente puede hacerlo la empresa farmacéutica, dice Nicolás. Pero, esta ley no prohíbe que nazca cualquier yerba donde le plazca. Ésta nació pegada al plantín de girasol, ese es lo que estoy vendiendo.

Escucho callado. Eso me agrada.

En la bóveda de mi cabeza oigo algo similar a que los dientes de la industria de las medicinas, también mastican a ingenuos liberales. Se burla de los contrabandistas de wiskey encarcelados por el FBI en Chicago de los años veinte. Después la industria del licor lo vendería amparada por la ley. Y tarareo silencioso una canción casi olvidada. …Fue una noche de verano cuando la ciudad murió. Me contaron que fue en vano lo que el hampa resistió. Al Capone se llamó al que la ley se enfrentó. Y vi a mamá llorar, la oí rezar cuando papá salió… Nico sonríe con la ironía que sabe compartir sin perturbar la calma. Tal vez intuye lo que pienso. …Y quedó todo en silencio, la batalla terminó… Como dice la canción La Noche de Chicago.

Alejandro Vásquez/Opinión

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