Jueves 04 de diciembre de 2025
Opinión

Mirás el horizonte (Por Alejandro Vázquez Escalona)

Solamente se escucha el silbido del viento que atraviesa la vivienda con el deseo de ser tren para llevar los raudales de luz mañanera como mercadería de alegría hasta las tierras donde la pradera es territorio indómito

Mirás el horizonte (Por Alejandro Vázquez Escalona)
Foto: Cortesía
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Miras el filo bordeline donde el azul pálido del cielo se adhiere como un tajo al azul grisáceo de un lago que refracta la luz mañanera sobre el cristal de la ventana por donde te asomas al vacío. Tu mirada sobrevuela los verdiplurales del ramaje de los árboles de matapalos y uvas playeras que se asientan sobre la playa oxidada. El borde de la arena está punteado por mensajes en botellas, tarros, envases vacíos de plástico. Mensajes de náufragos que desde las orillas lejanas asientan su huella de inmortalidad. Su vanidad vacía.

El amarilloso del sol tiñe tu rostro de calidez. Tal vez llevas un vestido de flores azules sobre fondo ocre. Y el viento te sopla los senos. O te susurra en el oído lo que sucede en el extremo lejano del lago. En ese lugar donde solamente llega tu imaginación y palpitan los sueños como vida que se inicia. Quizás sientas melancolía de viaje. De ser como las gaviotas que ahora en forma de V sobrevuelan el techo de los árboles. Sobrevuelan el edificio que te cobija donde se enclava tu apartamento inmenso y armonioso a fuerza del blanco en las paredes y los ventanales amplísimos que permiten cada día que el espacio se inunde con luz.

Tu mirada asentada lejísimo, al otro lado del Lago, salta del cielo al agua. Pespuntea los dos espacios en zigzag. Pretenderá cocer una manta inmensa para tu niño que ahora tiene el lago osmótico de tu vientre. Ese niño que se sumerge e imagina peces que fuman alucinógenos debajo del manto acuoso que tejes con el cielo ahora. No suena música alguna. Solamente se escucha el silbido del viento que atraviesa la vivienda con el deseo de ser tren para llevar los raudales de luz mañanera como mercadería de alegría hasta las tierras donde la pradera es territorio indómito.

Abajo, un perro de pelaje negrísimo regresa en veloz carrera a devolverle un trozo de madera a su dueño en agradecimiento por amarlo. Un chico desliza su mano suavecito y despacito entre las piernas de su amiga, sentada sobre un tronco de árbol a la orilla de la playa. Ella mira los pájaros de la rama cercana. Silba. Sonríe como si nadie se enterara. También abajo en la playa, los cangrejillos se mueve sobre la arena similar a lunares. Y se mimetizan con el morado de las uvas playeras que se desprenden de los árboles. Seguramente, ejércitos de hormigas excavan la tierra, o llevan hojas y hojas de árboles a su guarida. Quién se ocupa de esto. Sería ingenuo. Tanto mundo. Tanta vida evidente. Tanta búsqueda de trascendencia.

Arriba en tu apartamento sólo se siente el aroma del desayuno que se cuece a fuego suave en la cocina vanidosa. Lo percibes sin asombro. Mirás el horizonte desde el ventanal. Además, eres la autora que conduce esa sinfonía de sabores bailarines sobre los trastos culinarios. Sabes que esa es tu armadura de seducción. Y tu espacio de dominio.

Desde el ventanal, dejas la aguja de tus ojos ensartada en una nube en la lejanía cuando casi zurcías una gaviota para hacer menos ingenua la manta que tejes para tu hijo. Suspiras. Hace un alto en tu labor. Sales de tu trance de tejedora de imágenes. Un trasatlántico petrolero se asoma en el extremo del lago, que se une al mar. La embarcación apenas es una franja negra. Aguzas la mirada. Observas el carguero. Sientes temor a que se trague la manta que has tejido.

El barco va pasando como animal domesticado por las aguas. Su claxon de pterodáctilo metálico deja al pasar un bramido áspero, extenso y melancólico. En el silencio de tu vivienda, te seduce el canto de este barco que también teje puertos y puertos en distintas ciudades de la tierra en la creencia de enhebrar una hermandad etérea, pero bonita. Atrás en la pizarra del horizonte, ves tu zigzag del bordado intacto. Sonríes. Te crees barco también.

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