A los miles de niños que han muerto asesinados en Ucrania desde febrero 2022, a los que mueren diariamente de hambre como flagelo histórico que la civilización no puede resolver, a los que dejan sus vidas en masivas emigraciones forzosas, se suma una tragedia cruel de relieve mundial, como las masacres ocurridas en Texas y Nashville. Son hecho inauditos, escandalosos y sumamente dolorosos, que remueven todas las fibras sensibles humanas y lleva a pensar que un fenómeno infernal está afectando la sociedad norteamericana.
En los Estados Unidos de América todavía pueden evitarse nuevas matanzas pues ya no son casos aislados y excepcionales. La indignación mundial que causa estos infanticidios, solo alcanza a elevar algunas conclusiones profesionales, que luego se las lleva el viento. El dolor estará permanente en sus familiares, mientras el mundo bizarro sigue regodeándose en su lógica de todo al revés y al contrario del diseño original, en un extravío suicida de decadencia y autodestrucción.
Tal como ocurren los hechos, la sociedad norteamericana continuará amenazada por estos actos insólitos, que dejan un montón de interrogantes. Las explicaciones no tienen fundamentos. Los criminales no eran delincuentes en el sentido estricto de la palabra, no pertenecían a pandillas, aparentemente actuaban en forma normal dentro de sus entornos. Pero al momento de perpetrar el hecho, tenían una absoluta carencia de sentimientos humanos y una soberbia energía para matar, estaban llenos de ira y planificaron ensañarse contra inocentes en forma desproporcionada: atacar con armas de guerra en una escuela de primaria contra niños menores de 10 años.
La verdadera personalidad del individuo estuvo oculta hasta ese momento en una burbuja de apariencias convencionales, incluyendo tratamientos psiquiátricos, que explotó en un instante para desvelar a un desquiciado fuera de control. Una especie de hidrofobia canina. Solo cabe una explicación ficticia y a la vez factible. Esos sujetos estaban poseídos por el demonio, como lo están los criminales irrecuperables para la sociedad, los que forman parte de mafias y pandillas asesinas y sanguinarias, que han enlutado a miles de familias.
Esos demonios están desatados entre los seres humanos. Tanto el joven de Texas como el de Nashville, planificaron y esperaron su momento “estelar”. Sus mentes y sus cuerpos estaban poseídos por algo ajeno a la naturaleza estrictamente humana. Salieron de sus casas para matar niños a mansalva. Ni la indignación ni la razón logran dar una interpretación aceptable de los hechos. Tenían la conciencia envenenada por algo superior a sectas e ideologías. Solo un estado demoniaco conduce a un individuo a asesinar sin motivos a niños indefensos, inocentes, en estado de pureza.
La educación familiar, escolar y social, todas transmisoras de valores humanos que ayudan a mantener bajo control las transgresiones humanas, falló en esos individuos, como en tantos jóvenes delincuentes que mueren en hechos de violencia. La educación escolar no llevó a esos jóvenes a descubrir sus verdaderas potencialidades o sus debilidades cognitivas y emocionales. No los llevó a conocerse a sí mismo, no los atrapó con su magia pedagógica ni les infundió valores permanentes. En ese sentido, también fueron víctima de sus propias circunstancias.
Esas circunstancias de vida los hicieron indefensos ante tentaciones demoniacas, vivían sin fortalezas morales, sin escudos afectivos, sin barreras sentimentales, y sus desequilibrios mentales los indujeron al crimen a cambio de nada y sin ninguna razón. A la mano tenían las armas de guerra para asesinar, vendidas a todos los que deseen adquirirlas, con menos restricciones que comprar una receta en la farmacia.
