Casi les expresa un Hola como saludo cuando se cruza con Ellas. Se ven alegres. Conversan. La más
bajita y delgada sostiene una botella destapada de cerveza Patricia en su mano. Lleva el cabello
suelto, castaño desteñido en degradación hacia abajo como si gotearan los blancos al pavimento.
La otra chica la supera en estatura por una décima de centímetros. Es imponente, sin soberbia.
Cabello negro, corto. A veces se miran a los ojos y ríen. Tres niños se bambolean sobre un
columpio circular rojo, similar a un plato. En el alza y baja, se empujan, bromean amigablemente.
Hablan a gritos. Visten remeras y zapatos deportivos. Él recorre la última vuelta al circuito ovalado
de asfalto alrededor del parque que sirve como pista de caminata o trote para los vecinos de la
zona. No suda. Recién termina el invierno. Hace un día cálido. Después subirá a la pradera ubicada
en la parte alta. Se acostará sobre la grama. Mirará al cielo. Eso hace con frecuencia.
Muchas nubes, simulan distintos animales que corretean. Árboles, pastizales que reverdecen. O
una avenida inmensa atestada de coches. Seguramente, algunas personas que habitan ese mundo
imaginario, observan ahora al suelo, al pavimento y aprecian las palomas y loros que vuelan sobre
el hombre que trotaba. Él los disfruta en su revoloteo y algarabía desde la tierra cubierta de
grama está tendido horizontal con los brazos abiertos. Desde arriba en una mirada en picado,
parecerá una cruz sobre un mar verde. Algo así, imagina al escudriñar el cielo azul intenso y
limpio. Nadador sobre mar verde. Eso le agrada. Solamente eso.
Se oye una especie de ola de gritos y risas. El hombre acostado sobre el césped que supone a otros
imaginándolo como una cruz que flota sobre un mar verde, hace una pausa en su proceso de
especulación gozosa, escucha. Señor, señor, le pasa algo. Está bien. Las palabras no albergan burla.
Huelen a fraternidad. Mira a su izquierda a ras del suelo. Tres niños caminan a unos doscientos
metros. Bromean amistosamente. Visten remeras. Es sábado. Estoy bien. Descanso. Trotaba allá
abajo. Vuelve a mirar las nubes.
Los fusilazos en círculo anaranjado del sol de la tarde, se escurre por entre el ramaje de una árbol,
similar a un cují pequeño. Las muchachas que llevaban la cerveza destapada, se miran a los ojos,
acostadas sobre la hierba casi rozan sus narices. Seguro sienten el aliento húmedo y amable de sus
bocas. Y ríen. Ríen. Es primavera.
Alejandro Vásquez/Opinión