-Un verdadero gran misterio de nuestra fe. La frase repetida: “Si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe", oída desde las primeras clases de catecismo, nos rebota en la mente. Igualmente la forma en que se cumplirá, para cada uno de nosotros aquel credo "en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro".
¿Quiénes resucitaremos, ¿cómo resucitaremos?, preguntas que a veces nos respondían los mayores señalando aquel hecho, como una suerte de premio para quienes con nuestra conducta, con nuestro cumplimiento de los mandatos de la fe en la vida práctica, realmente nos ganemos esa victoria.
La semana Santa y el acercamiento a la dolorosa entrega, suprema muestra de amor al género humano para redimirnos, realizada por Jesús de Nazaret, llevó a muchos de nuestros mayores para tomar las formas y pensar que esas formas podrían curar, como las indulgencias, incluso comprarse con una pequeña porción de dinero, aún el mal habido para el mantenimiento de alguna iglesia con pocos escrúpulos, fallas y pecados de todo tipo de quien hace la dádiva.
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Vestirse de nazarenos como promesa para alcanzar el perdón, para resucitar, para subir al cielo con Jesús, pero mantener la conducta regular de prácticas anti evangélicas durante todo el año.
Creer y vivir como creyentes en conducta diaria, en la relación con lo creado. Aún para los ateos con algún principio, es una forma de lograr la armonía indispensable en nuestras sociedades. No es la herencia indígena la que nos lleva a la práctica disonante con los principios.
Es más bien la herencia española, la del conquistador con las bulas papales sobre la cabeza repitiendo la frase " se acata… pero no sé cumple". Mientras se esclavizaban indios, violaban sus mujeres y destruían sus templos.
Los versos del cantor catalán son gráficos: “Buen cristiano, se hizo hermano de una santa cofradía, el jueves santo salía con un cirio en la mano… Aquel trueno, vestido de Nazareno”.
Los hechos recientes de nuestro país con personajes públicos obligan para una reflexión sobre la necesidad de resurrección que tenemos como sociedad y como personas, como seres humanos.
Urgencia de una verdadera práctica dentro de nuestras creencias. En la Biblia, en el Corán, en los principios de la vida natural.
La viveza criolla repetida es una rémora que si no terminamos de erradicarla de la vida nacional, con práctica apostolar, seguirá impidiendo que logremos los objetivos de estabilidad, de paz, de vida en decoro y dignidad para todos, en convivencia.
Si el poder y la administración de lo público, no logramos convertirlo en función de verdadero servicio que nos dignifica y ayuda para crecer como persona, para acercarnos a nuestra resurrección con Jesús, no nos sirve de nada señalarnos. No es privilegio de oposición ni de gobierno.
No es de derecha ni de izquierda la corrupción, el engaño, el aprovechamiento de lo público, el darle pan y circo a la gente que necesita carreteras, salud, educación, servicios públicos.
Pero quienes nos decimos de izquierda, los que predicamos la igualdad y la justicia como razón de nuestra vida pública, estamos más obligados para la congruencia.
Buen ejemplo el de Jesús, muerto y resucitado para que cada uno de nosotros logre hacer resucitar con fuerza plena las virtudes ciudadanas y compaginar lo que decimos con lo que hacemos.
Solamente así resucitará Venezuela.
Francisco J. Arias Cárdenas/[email protected]/Opinión