Se inicia este año del 2024 como año electoral no solamente para Venezuela sino para otros países de América Latina y del Caribe. Un año crucial, como uno siempre dice, un año de encrucijadas, un año de esperanzas y un año de posibilidades para todos y fundamentalmente para nuestro país.
Recientemente escribíamos sobre este tema, el año y nuestro trabajo como funcionarios públicos: hablábamos de “echar el resto”, es decir, dedicarnos de manera completa, absoluta, total, al trabajo del servicio a los demás. El deber de esforzarnos para que la gente sienta y compruebe en su vida diaria cambios positivos, necesarios para su vida en mejores condiciones; el deber de alcanzar logros en todas las áreas: en lo espiritual, en lo material, en lo personal y en lo familiar. Todo acompañado y alcanzado por la conjunción del esfuerzo individual y colectivo, unidos con el esfuerzo nuestro como gerentes públicos -decían antes como servidores públicos- como gobierno, y esto es fundamental.
Ese trabajo y esa dedicación, esa entrega completa, tiene que ser percibida por la gente que la recibe, que sienta la atención, la solución de problemas, que esa acción impacte tanto en el mejoramiento de su de su vida como comunidad, como grupo social, o como familias e individuos. El resultado del trabajo como funcionarios, como gobernantes, nunca debe percibirse como una dádiva. A los gobernantes sólo se nos da la gran responsabilidad -por la elección popular o por la designación- para ser administradores de lo ajeno y servidores del colectivo.
Pero para entender a cabalidad la función pública y para practicarla como corresponde, es necesario tener claro y presente el ideal del servicio, el ideal de la entrega, el ideal que se mezcla con la responsabilidad y con el sentimiento, para dedicarnos al bienestar de los otros y las otras, para que vivan mejor.
Esta conciencia es fundamental: que cada uno de nosotros somos parte de un todo, somos parte de la creación, y uno diría- para quienes tenemos formación religiosa o enseñanza religiosa desde la familia- que es contribuir un poco a la obra de Dios, sin sentirnos superiores, ni dioses. Lo que sí debemos es asumirnos como instrumentos para el servicio a los demás. El ideal es entender, creer, sentir y pensar que todos debemos aportar nuestro grano para construir un mejor mundo.
Tengo una absoluta certeza en el poder del amor como sustento de ese ideal de servicio, desde en el amor a nosotros mismos, al Dios Creador, a la naturaleza, a nuestros hermanos e hijos, a nuestra familia que se multiplica, que se nos va como decía Andrés Eloy, que se nos va de las manos con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo para los demás.
El trabajo al que estamos llamados implica también que sintamos el dolor del sufrimiento de los otros, la empatía. Que cuando tenemos la posibilidad de comer y a veces en abundancia, sintamos el dolor del que no come; que cuando tenemos la oportunidad de ir al espacio donde van a atender nuestros problemas de salud, recordemos el dolor de los que no están recibiendo cuidados adecuados. El político, el servidor público, debe tener esa vocación, como la vocación del médico, la vocación del sacerdote, la vocación del militar. Debe sentir el dolor ajeno profundamente y debe sentir aquello que uno ahora lo repite también de Andrés Eloy Blanco, celo de no sentir el sentimiento, cuando comemos, cuando disfrutamos, cuando vivimos, de que hay quien necesita y por quien estamos obligados a trabajar para que vivan mejor.
Nos corresponde este esfuerzo en este tiempo que nos queda para la elección del 2024. El empeño esencial para no quedarnos en el discurso, en el eslogan, en el signo que a veces utilizamos con referencia a alguien que lo utilizó con ideal, con entrega, con dedicación. Pero practiquemos cosas distintas, como el esfuerzo de la sencillez. Aquí uno en México oye hablar constantemente al Presidente López Obrador de la pobreza franciscana de los servidores públicos. Eso tenemos que internalizarlo y mostrarlo en nuestra vida diaria para que la gente se identifique realmente con nosotros, para que nos acompañe, para tener la mayoría de los corazones a través del esfuerzo, de la dedicación, de la entrega, para que nos den la oportunidad de este mismo año de hacer las cosas mejor: de trabajar más y lograr la continuación de este esfuerzo que iniciamos hace tantos años pero que debe consolidarse, debe concretarse necesariamente en vida mejor para todos, en oportunidades de trabajo, en servicios públicos impecables, en entrega para el logro, para que la gente pueda tener derecho a ascender desde el punto de vista de mejora de condiciones humanas.
Es el año de la entrega, es el año de “echar el resto” dijimos, pero es fundamental -y por eso lo quería recordar- que sea el ideal lo que empuje, lo que oriente y lo que fundamenta nuestra práctica; sin eso, y sin fundamentar el ideal en el amor y en el servicio, seríamos lo que decía Pablo de Tarso, sólo campana que retiñe, y no nos van a entender. Necesitamos urgentemente retomar, interiorizar esos sentimientos, esos ideales, esos principios que nos dieron la confianza de las mayorías nacionales y que ahora tenemos que lograrla plena total y absolutamente, solo con trabajo, solo con dedicación, solo con entrega y fundamentalmente con ideales movidos por el amor.
Lee también: El momento México-Venezuela (Francisco Arias Cárdenas)
FRANCISCO J. ARIAS CÁRDENAS