Comienza la mañana. Los rojizos sobre el lago que está frente a la vivienda, aún llevan lunares de oscuridad. La humedad mohosa del sueño, apenas comienza a desvanecerse. En la cocina de la vivienda él comienza a prepararse el desayuno. Ya hizo yoga y meditó. Limpió de su mente el hollín de la noche. Hace catorce meses vive solo. Regresó de un país lejano después de casi cuatro años de vida de migrante. Su familia continuó la migrancia. Desde su retorno a su ciudad, lee. Lee. Lee. Su habilidad y flexibilidad salta sobre sus sesenta y largo años. Escribe. Escribe. Escribe. Tiene semblanza mística de yogui. Construye fotografías. Construye fotografías. Posee espíritu de motero de los años sesenta. Así, levanta una verja contra la saudade. La puerta y ventana de vidrio frontales de la casa están abiertas. Dejan entrar la luz y el viento que sopla del norte.
Hace un mes, una mañana parecida a ésta, alguien desde otro país, le habló a través del móvil: Compadre, podrá alojar a mi hija en su casa, está tramitando su pasaporte. La muchacha llegó una tarde como silbo de tren en estación intermedia de un viaje a otras tierras. Ahora el hombre observa las astillas de luz matinal que se deslizan por la ventana de vidrio abierta. Piensa en esos tres días cuando la casa se llenó de aroma a flor de camomila. A vapor de azahar. A visaje de mujer que desciende la escalera para sentarse a desayunar frutas, similar una pájara liviana.
Un jilguero atraviesa el ventanal y se posa dentro de una de las lámparas de lianas secas en forma de globo. Picotea la esfera de cristal rojo cardenal que cuelga dentro de la luminaria. Quizás cuando la divisó desde el exterior de la vivienda, pensó (si los pájaros piensan) en una manzana o alguna otra fruta similar. El hombre ante la presencia del ave, para no ahuyentarlo, se inmoviliza. Flota en el silencio. Se vacía de sonidos impertinentes como lo hizo cuando estuvo en su hogar la hija de su amiga. En esos días había leído Lila y Flag de Jhon Berger. Aprendió que: ´Las mujeres y los hombres con sus palabras lo cambian todo y no cambian nada. Sean cual sean las circunstancias, las palabras ponen y quitan. Ya sean las palabras habladas o pensadas. Siempre son incongruentes porque no encajan en su sitio. Por eso causan dolor las palabras y por eso también ofrecen la salvación´. Se olvida de la viajera de quien escuchó frases cálidas que sonaban como alivio del viaje. Como revelación de sueños donde descansa su corazón de mujer. La viajera que quizás traía en su morral deseos que se diluyeron en el vacío. Cabalgaron en una mirada prudente al cielo lleno de nubes blanco lechoso. O se esparcieron en el andar de la ciudad sin lluvia.
El silencio se extiende, viaja en la mirada del hombre que se posa sobre el jilguero picoteando las lianas secas del interior de la lámpara ahuecada. El pájaro parece indagar sobre las posibilidades de construir un nido para anidar palabras evadidas. Embarazadas de temores. O los huevos de su hembra, simplemente. No suena música. Sólo espera por lo que sucederá. No se escucha ni la brisa salobre del lago. Solo mutismo. Tensión vacía de ruidos.
El diminuto pájaro marrón avista al hombre que prepara el desayuno en la cocina de la casa. Desiste de su labor exploradora. Vuela desde dentro de la lámpara a través de sus agujeros triangulares. Atraviesa la casa hasta la parte posterior. Intenta escapar por el ventanal cerrado. Se estrella con los vidrios. No se hace daño. Su cuerpo es liviano. Su vuelo tenue. Aturdido, se posa en la base de la ventana. Está asustado. El hombre siente temor que se haga daño. Vuela nuevamente. Hace un circulo con su aletear en la habitación. Los blancos del espacio, seguramente los siente interminables. Atemorizantes. El ave atraviesa como un trazo sobre lienzo, a una fotografía blanco y negro, ángulo en picado, inmensa que cuelga de la pared. Varias personas miran al fotógrafo desde la calle. Unas parejas se besan intensamente en el balcón de una vivienda.
El hombre se abalanza hacia el ventanal. Lo abre. El jilguero lo atraviesa libertariamente. Se pierde entre los chaguaramos del jardín y el azul del cielo de domingo. Él mira el paisaje por el ventanal. Exhala un suspiro intenso, húmedo de corazón asustado también. Lo cobija desde la mañana cuando la chica viajera se marchó y dejó la casa vacía de mujeres nuevamente.