Sobre la pared gris un grafiti negro. Sobre la ciudad una lluviecita anémica. Un poco de brisa fría. Nubarrones intrusos guindan del cielo a destiempo. Es verano. Huele a carácter climático caprichoso. A bipolaridad ambiental. Se inicia la mañana. En sus hogares algunos tomarán mate. Otros pocos cafés. Anotaran sus ilusiones en la agenda del día. O miraran en la pintura blanca de un techo sus no puedo más.
Entro al establecimiento a retirar un dinero por la devolución que hice de una mochila de viajero o montañista rojinegra. Pequeño su tamaño, aunque pequeñas son mis posesiones. Quizás no tiene capacidad para alojar mis esperanzas. Mis ingenuidades. La cambiaré por una de mayor capacidad en otra tienda. Soy montañista de la vida. Me fastidia llevar maletas con rueditas en los aeropuertos. El hombre viste de negro también. La pared de cemento con rayitas verticales unidas. Rayas horizontales separadas.
Andá al Abitat para que te devuelvan el dinero, me sugirió mi hijo. La mujer que atiende detrás de la casilla de vidrio con boquita ovalada, para hablar por supuesto, lleva lentes gatubela, pero rosado pálido. Imagino una cajera de banco en los años 30 en Chicago. No vecino, nosotros solamente cobramos. No devolvemos dinero. Y más por amabilidad, toquetea las teclas del ordenador. Vaya a Redpago, para ver si ellos se lo le devuelven.
Agradezco. No tengo prisa. Ya lo haré al final de la mañana. Otras diligencias me esperan. Palabra criptica. No tengo porque explicar cuáles. Otra vez vuelve Takahashi, personaje de la novela After Dark de Haruki Murakami: ando lento y tomo mucha agua. Salgo a la calle. Olvido la pared gris. Camino varias cuadras. Me devuelvo. Pienso en la fotografía que ahora solo está en mi cabeza porque decidí hacerla a la salida. Llevo mi cámara.
Ya no deseo fotografiar la miseria. El sufrimiento desde la mirada de lo obvio. Demasiado hartazón de pobreza y malestar en el mundo para agregarle un postre de ingenuo y trajinado sensacionalismo. Tampoco le meto el ojo a lo kitsch. No evado. Aspiro compartir imágenes desde mi alma y mi cámara, tal vez de esos mismos asuntos, pero donde se sienta que nadie se queda atrás. Ni desea ser centro de interés visual de una mirada lastimera. Que cada quién tiene su ritmo vital. Que su dignidad no es carta escondida o anulada. Quizás ni me acerco a eso. Lo intento. Lo intento.
Me detengo frente al Abitat, donde la chica con pecas en su piel blanca, me explicó que intentara recuperar mi dinero y bla, bla, bla. Me inclino. Hago el encuadre. El hombre está sentado en la base de la pared gris. Su cabeza la apoyada sobre las rodillas. No veo su rostro, pero lo siento. Está dormido. Viste franela o remera negra, bermudas negras, zapatos deportivos negros también. A su lado una mochila del mismo color. Ninguna de estas prendas se ven deterioradas. El esmeril de la calle, apenas comienza su proceso corrosivo
Me acuclillo. Hago el encuadre, a la derecha ubico al hombre descentrado. Y a la izquierda de la composición sobre la pared gris que ya conocen dejo el grafiti negro también: Muerte a la gorra. Apuesto por la vida. Suscribo todo lo que antes dije sobre la imagen lastimera y tal, pero, sin embargo, con todo…
No soy un monje budista. Desearía. Veo el letrero que pide a gritos la muerte de la gorra. El insistente color negro sobre gris. El hombre con el alma sobre sus piernas. Me reverbera la saudade de migrante. Veo ese país desgajado que dejé con sus gorras verdes disimuladas inútilmente. Siento los amores que se quedaron sin pañuelos en manos. Ya esos no se usan en las despedidas, se los arranca las turbinas del avión. Siento mi casa cerquísima de un lago al que los trovadores aun escasamente cantan, pero que casi nadie ama, porque se está muriendo. Quien quieres estar cerca de un moribundo. Me atenaza el caleidoscopio de mi
despedazado hogar que se alegraba en esa casa.
Por eso fotografío al hombre vestido de negro sentado en la pared gris frontal del Abitat que ya no es tal, porque perdió el H. Ojalá el hombre de los zapatos deportivos negros, no haya perdido su dignidad. Y sueñe que ésta, no es carta en mesa de poquer en este juego de la vida. Por eso lo fotografié. Y después de todo como dijo, Orlando Araujo, el escritor venezolano, no me jodan, déjenme beber, aunque sea una cerveza, mientras me devuelven mi dinero.
Alejandro Vásquez Escalona/@aljeandrovfotógrafo