Hace exactamente 36 años, el mundo presenció uno de los eventos más significativos del siglo XX: la caída del Muro de Berlín.
Esta estructura de hormigón, erigida en 1961, había dividido familias, restringido libertades y simbolizado la frontera más palpable de la Guerra Fría.
La noche del 9 de noviembre de 1989, miles de personas celebraron el colapso de un sistema que había separado a la sociedad durante casi tres décadas.
El muro, diseñado por la República Democrática Alemana (RDA) para frenar la fuga masiva de ciudadanos hacia el oeste, se convirtió en una fortaleza casi impenetrable.
En 1989, estaba protegido por 302 torres de vigilancia, 20 búnkeres, cerca de mil perros, siete regimientos fronterizos y miles de soldados con órdenes de disparar a quienes intentaran cruzarlo, según el investigador español Sergio Campos Cacho, quien realizó un exhaustivo estudio sobre el dispositivo de seguridad.
La división no solo era física, sino también cultural y económica. Mientras Berlín Occidental prosperaba bajo un sistema capitalista abierto al mundo, el sector oriental estaba bajo un estricto control estatal que limitaba las libertades, restringía los contactos con el exterior y castigaba severamente cualquier intento de fuga.
Entre 1961 y 1989, más de 100,000 personas intentaron escapar, y al menos 140 fueron asesinadas en el intento. El proceso que llevó al derrumbe del muro fue el resultado de una combinación de presión social, reformas políticas en la Unión Soviética y negociaciones interalemanas.
La perestroika y la glasnost impulsadas por Mijaíl Gorbachov debilitaron el control del bloque oriental, mientras que masivas marchas y protestas en ciudades de la RDA exigían cambios políticos inmediatos.
Cuando la frontera se abrió aquella noche de 1989, el símbolo de la división global se desmoronó entre abrazos, lágrimas y fragmentos de hormigón que se convirtieron en recuerdos.
La caída del muro dio inicio a un rápido proceso de reunificación: el 3 de octubre de 1990, Alemania volvió a ser un solo país, y poco después, el colapso de la Unión Soviética marcó el final definitivo de la Guerra Fría.
Hoy, algunos restos del muro permanecen en Berlín y en otras ciudades del mundo como piezas de memoria colectiva, recordando cómo un símbolo de control absoluto se transformó en un ícono universal de libertad.



