Tal vez la vivienda es de láminas de chapas sin pintar. Oxidadas. Una salita dormitorio. El
hombre, ve la televisión desde una cama de metal rústico con sábanas descoloridas Tiene cabello
grueso y negro. Moreno. Piel reseca. Una mujer prepara café. Ollas vacías. Platos limpios en la
escurridera. Un árbol de mango cubre casi todo el terreno del patio. Se ve una bicicleta con
calcomanías (pegatinas de Walt Disney). Tres cachorritos de perro caminan detrás de su madre
aúllan, aúllan. La hembra famélica se niega a amamantarlos. Sus tetas son un colgajo de piel
cubierta de pelos. Es marrón tierra. Los aullidos de los animalitos son un coro lastimero y
molesto. Se confunden con los diálogos del film policial que el hombre presencia en el monitor
de tv. Se sienta en la cama. Gesticula su desagrado. se levanta. Se viste. Está molesto. Quizás
sucedió así. Es pasado.
Una franja grisácea a lo largo del horizonte, separa del cielo ennegrecido y tormentoso las aguas
azul lechoso del lago. No se producen refusiles. Ni vuelan gaviota. Apenas amanece. Sentado
cerca del estuario, tomo una taza de café. Leo Diario de invierno de Paul Auster: ´No tardaste en
pasar por la rue Saint Denis, en donde una serie de chicas seguían trabajando a pesar de lo
intempestivo de la hora y entonces torciste por una calle lateral, en la que solían reunirse las más
bonitas…alguien te llamó la atención, una morena alta de rostro encantador y figura igualmente
atractiva, y cuando te sonrió y te preguntó si querías compañía (je t´accompagne)? no lo pensaste
dos veces y aceptaste su ofrecimiento. Ella volvió a sonreír´. Cierro la novela de Auster. Suspiro.
Un pato negro se sumerge bajo el agua. Tarda unos dos minutos en emerger. Trae un pescado
pequeño en su pico. En el extremo opuesto de la plaza del conjunto residencial, está acostado un
perro marrón tierra. Me mira. Hecha a correr a mi encuentro. Sube las patas delanteras sobre la
silla. Le abrazo. Le converso como a cualquier ser viviente. Es un ritual de casi todas las
mañanas. Después procede a morder mis brazos en juego considerado. Es un cachorro de meses.
Callejero, pero con un buen cruce de razas. Los ojos amarillosamente amables le suministran la
seguridad de supervivencia. Se hace querer por todos los vecinos.
El hombre detiene la bicicleta de pegatinas a la orilla de un basurero. Viste camiseta gris
empapada de sudor. Cabello graso. En ademán violento desata de atrás de la bicicleta la caja azul
con el emblema de una marca de televisores. La lanza al basurero. Desde el interior del envase
de cartón, los aullidos son más lastimeros, pero cansados. Cerca se escucha el sonido de las olas
de un lago que latiguea la escollera. Posiblemente sucedió de esa manera. Posiblemente.
Sobre una chalana dos pescadores reman después de una jornada de pesca provechosa. Navegan
paralelo al conjunto de nueve casas con cerca de ciclón o malla metálica. Ella los observa venir.
Es ingeniera, reconstruye una vivienda recién adquirida al fondo de la villa donde habito. Los
pescadores se detienen frente al botadero de lanchas de la vivienda. Sacan del fondo de la
embarcación a un cachorrito marrón tierra, se llama Popeye, se estaba ahogando en el lago, si
usted lo quiere, se lo regalamos, le expresan. La mujer lo toma entre sus manos. El animal es tan
pequeño y endeble que casi cabe en sus manos. Tres, cuatro meses, desparasitación, vacunas.
Algunos cuidados. Y comienza a irradiar una fuerza de empatía inmensa. Queda al cuidado de
los trabajadores que reconstruyen la casa. Pero, no pierde su espíritu callejero. Con frecuencia se
escapa y me visita. La soledad de los fines de semana cuando no trabajan, convierte a Popeye en
inquilino de Lago Villas. Su dueña se desentiende. Promete traerme perrarina para darle. No
sucede. De cuando en cuando le proporciono alimento para perros. Lo huele. No le agrada. Soy
casi vegetariano. Intento compartir mi comida con el cachorro: Pastel de vegetales, tortilla de
espinaca y acelga. Huele. Únicamente huele. Me mira pícaramente y se retira a otras casas.
Seguramente encuentra lo deseado sin complicaciones. Sus ojos de niño travieso seducen a
cualquiera. La mañana venidera vendrá lleno de cariño a simular que muerde mis brazos.
Tres niños entre nueve y doce años vagabundean en el basurero. Van descalzos, sin camisas. Con
un madero largo escarban los desperdicios. Bromean. Se empujan unos a otros. Escuchan el
aullido de los animalitos adentro de la caja del televisor entre la basura. Se acerca. Sacan los tres
cachorros, marrón tierra. Más pequeñitos que sus aullidos. Mas pequeñitos que su terror. Los
chicos juegan pelota con los animalitos. Se fastidian y los lanzan lejos dentro del lago.
Carcajean. Y salen corriendo del lugar. No hubo disparos. No hubo testigos. Nadie lo vio. Tal
vez fue así.
Días antes de regresar a Maracaibo desde Uruguay escribí imaginando cómo sería mi vida en
Venezuela: ´Seguramente no habrá mujer, ni cigarrillos. Menos porros…Quizás encuentre un
perro que me mire contento y agradecido de no estar solo y se anime a correr conmigo para beber
la brisa borracha de la paz. Seguro miraré las bandadas de garzas sobre ese lago que siempre ve
mi casa. Vigila mis amaneceres. Un día, mis cenizas bailarán sobre sus olas. Tal vez suene un
blues de mediodía o atardecer. Quién podría saber. Quién´. Casi adopté un perro. Casi. Se
llamaba Roco. Marrón tierra también. Popeye es ajeno. En cualquier momento la ingeniera se
mudará a su casa. Lo encerrará. Lo buscará cuando se escape hasta mi hogar. Seguramente por
eso, el animal se niega a trotar conmigo. Le ato una correa a su cuello para que vaya a mi ritmo.
Se echa al pavimento. No se mueve. Prefiere correr alocadamente con Apolo el cachorro del
vecino. No pierde su espíritu de calle. Su amor es libertario. Puede que por eso, nos entendemos.
Otra mañana. Otro ceremonial de la dinámica diaria. Me siento en la silla verde de plástico a
unos metros del lago. Tomo mi café. Escucho la Pared de Pink Foyd. Popeye me ve a lo lejos. Se
acerca. Ya saben lo que sucede. Después, baja la euforia. Se hecha debajo de mis piernas que las
apoyo sobre el muro de la cerca. Continuó leyendo Diario de Invierno de Paul Auster. ´para ti
seguía siendo la mujer más atrayente que había paseado por aquella calle, y su sonrisa te
desarmaba, porque era magnifica en tu opinión, y se te ocurrió que, si todos los habitantes del
planeta fueran capaces de sonreír como ella, no habría más guerras ni conflictos personales, que
la paz y la alegría reinarían para siempre en la tierra´. Y no habría niños ni perros abandonados.
Gobernarían las putas. Porque sus hijos lo hicieron pesimamente.
Alejandro Vásquez Escalona