El Museo de Arte Contemporáneo del Zulia (Maczul) nació tardíamente como respuesta a la persistente demanda de una avalancha de jóvenes artistas zulianos que, desde los años ’70, venían reclamando espacios y modos para expresarse, así como canales abiertos de comunicación a las manifestaciones universales.
El día de su apertura, casi la totalidad de los diez mil metros cuadrados del edificio estaban copados de historias, saberes, quehaceres y memorias del alma zuliana. Y de gente. De gente de todo el estado que se volcó en un deslave sin precedentes por aquellos pasillos pulidos y aquellos jardines llenos de frescura. Y que admiró, se admiró a sí mismo detrás de la huella ancestral de todos sus creadores.
Fue una hermosa mañana esa en la que el Zulia vivió el Infinito canto de este sol. Nombre que distinguió la muestra y que, por sí solo, mueve emociones y credos.
Era el 24 de octubre de 1998
Este viejo sueño que germina
La primera vez que se habló de un museo fue en boca de Sergio Antillano, un periodista caraqueño que llegó a Maracaibo para quedarse y que regaló su vida a la ciudad convirtiéndose en su primer promotor hasta su muerte.
En las aulas de clase, el doctor Antillano hablaba del gran movimiento creador, sobre todo en cuanto a las artes plásticas, que se estaba produciendo desde los años ’60, motivado por la proliferación de grupos literarios que impulsaban la creatividad, la aparición y permanencia de los salones D’Empaire que, al hacerse nacionales, dieron otra dimensión a los artistas y obras participantes. Y las actividades académicas desde las dos escuelas oficiales.
Además de profesor de periodismo, Antillano era director de Cultura de la Universidad del Zulia y, como tal, reclamó en nombre de toda la ciudad la creación de un espacio para exposiciones en un concepto que se hizo cada vez más complejo y que priorizó la contemporaneidad.
Un cuarto de siglo es historia
El Museo de Arte Contemporáneo del Zulia, Maczul, localizado en la zona rental
de la Universidad del Zulia, comenzó como un proyecto de una galería de arte para esa casa de estudios.
Posteriormente el proyecto creció, impulsado por intelectuales, creadores, cultores y empresarios de la región. La socióloga Mirna Quintero de Velasco coordinó una comisión encargada de transformar el proyecto original de una galería en un proyecto de museo.
Esta comisión se convirtió en la Fundación Museo de Arte Contemporáneo del Zulia, e inició sus actividades el 7 de septiembre de 1989. El edificio fue inaugurado el 24 de octubre de 1998. Se considera el museo de arte contemporáneo más grande de América Latina
El Maczul posee una estructura de 13 mil metros cuadrados levantados sobre un terreno de 3,6 hectáreas, con diez salas de exposición interconectadas entre sí. Lo distingue una torre triangular que contiene la identificación de la institución, al igual que el techo de estructura metálica, soportado por tubulares de gran altura, que con forma pentagonal alargada cubre las rampas de acceso al edificio.
Es un edificio de obra limpia en concreto armado, de líneas rectas y forma rectangular con cerramientos de vidrio y metal, que en una de sus esquinas luce un techo de láminas de metal sobre estructura metálica en forma de parábola.
Su planta física está desarrollada en tres áreas, la pública, la técnica y la administrativa. Cuenta con cinco salas para exposiciones, plaza cubierta, patio central y áreas verdes. Se exhiben colecciones nacionales e internacionales en exposiciones permanentes, temporales, experimentales y en eventos especiales.
Como parte de su experiencia en la Unidad de Conservación y Restauración, así como de registro en el Museo de Arte Contemporáneo del Zulia, Lucrecia Arbeláez, experta en colección Maczul y presidenta del Teatro Baralt, refirió en su ponencia La colección Maczul como patrimonio artístico del Zulia cómo fue el proceso de adquisición y resguardo de las obras de arte desde que se inauguró en el año 1988, durante el seminario “Visiones contemporáneas sobre patrimonio cultural”.
Las dificultades de asignación de una partida presupuestaria adecuada para la adquisición de obras, llevó a la realización de importantes alianzas estratégicas que hicieron posible la conformación de la colección de este museo, que podría considerarse la más importante del occidente del país.
El Maczul ha sido motor y combustible para la formación, la divulgación y el homenaje a todo proceso creador contemporáneo a lo largo de más de dos décadas. Finalmente, cayó en estado de abandono, la maleza se adueñó de sus salones y el hampa de sus bienes. Y ya en estado de coma, ha sido puesto en nuevas manos bajo la presidencia de Jon Aitor Romano Elórtegui, nombrado como tal en agosto pasado
Un nuevo presidente con LUZ en su camino
Literalmente a escardillazos y lobbies, el recién nombrado presidente del Maczul, Jon Aitor Romano Elórtegui, prepara a diario el terreno para la recuperación de la institución, devastada tanto desde el punto de vista físico como operativo, sin enumerar el área administrativa.
De tesón vasco y chispa maracucha, no le arredran las luchas. Y se ha armado de cuanto hay, desde rastrillos, picos y barras, escobas y lampazos; pasando por estudiantes y voluntarios, hasta encuentros con embajadores, representantes de fundaciones, artistas, gremios, sindicatos. Y gente que gobierna.
Y así aviado desmaleza, desinfecta, organiza, acuerda, propone, proyecta. Y mientras sueña en grande, trabaja lo pequeño. Con un primer objetivo: crear orden. Organizar para empezar es su lema.
Cuenta, además, con un altísimo poder de convocatoria, demostrado en dos eventos que realizara este mismo año; y un largo tránsito por el camino de las artes y la cultura, que se inició en Nápoles cuando apenas se recuperaba de su imberbe rostro de adolescente.
Aitor, como se le conoce en la ciudad, podría hasta usar paltó levita y pumpá sin desentonar, pero se calza unos jeans para sentarse en las escalinatas de Humanidades a discernir sobre las últimas técnicas cinematográficas o para llevarlos a una caminata fotográfica al Jardín Botánico. Igualmente, se engalana de negro formal para cumplir con sus incontables compromisos sociales. Los que, por cierto, aprovecha para cultivar voluntades en beneficio del Museo.
Jon Aitor Romano llegó a la Universidad del Zulia en 1984. Se inscribió en la Escuela de Comunicación, específicamente en el área de Mención Audiovisual. Y fue, en paralelo, pisar aquellos pasillos llenos de sol e intuir, entre aquellos espacios de saberes milenarios, que un día volvería para sembrarse en ellos.
Porque tropezaba, desde niño, con su raigambre europea, marchó en su busca, aviado de una maleta de propósitos. Siempre con la mira puesta en el conocimiento como tesoro supremo. Y la ciencia y el arte como piezas clave de su eterno equipaje
Durante años se paseó por toda Europa. Se estableció, finalmente, en Italia, donde se enroló en un trabajo cultural que abarcó todas las aristas. Desde la Embajada de Venezuela en Roma. Y el Consulado de Nápoles. Mientras tanto, enriquece su formación con permanentes visitas a museos, centros culturales. Y amplía sus conocimientos mediante la asistencia a cursos, talleres y seminarios para la adquisición de nuevas herramientas.
Ya para entonces comienza a desarrollar su talento como artista plástico. Y realiza un caudal de obras que son recibidas en importantes espacios europeos.
A su regreso a la ciudad, irrumpe en el escenario regional con publicaciones impresas y producciones audiovisuales de contenido literario y temática universal: la cultura. Y sorprende con una impecable producción cinematográfica, Naia, que le valió el premio Manuel Trujillo Durán otorgado por la Academia de Historia del estado Zulia, en la que ha ocupado el sillón numero 5.
Maracaibo lo vio trajinando en el área universitaria por designio propio. Entonces, ya desmalezaba terrenos y corría detrás de delincuentes para rescatar bienes universitarios, y abría candados con patas de cabra para recuperar obras de arte secuestradas. Para entonces, fue designado director de Cultura. Y en tiempo record empieza a reconstruir instituciones como la estupenda Coral Universitaria, Danzaluz y el Departamento Socio-antropológico a su cargo.
Jon Aitor Romarno Elórtegui es un caballero, de palabra y honra, que asumió el compromiso de echar a andar el Maczul.
Por lo que se augura una nueva primavera para la institución.