Hay europeos de nacimiento que hicieron la América y se hicieron americanos a través de un cariño sobrehumano. Tal es el caso de Ángel Rosenblat (1902-1984) uno de los principales conocedores de la lengua, cultura e historia de España en América.
Rosenblat es culto y pedagógico. No toma partido para denigrar de otros partidos o sistemas de ideas partidarias. Procura conocer desde el asombro y trasmitirnos sus impresiones con mucha clarividencia y sencillez.
Fue un amable y lucido hispanista en una América Latina repensada desde la Leyenda Negra que encontró en el pasado colonial hispánico la excusa cómoda a nuestra incapacidad para el progreso histórico.
Rosenblat pone en su sitio ideas tan descabelladas como la que afirma que la empresa americana española fue urdida por delincuentes y criminales. O trata de explicarnos antropológicamente el acendrado rechazo al trabajo disciplinado dentro del tronco hispánico que contrasta con la ética laboral protestante y calvinista de la Europa septentrional.
Aunque hay un aporte que me parece crucial para comprender el siempre polémico 12 de octubre de 1492: la celebración de un error. Dice Rosenblat que: “La primera visión de América es la visión de un sueño”.
Colón no cree en lo que ven sus ojos o le dictan sus sentidos. Colón es un fanático de sus propias creencias. Sus viajes no fueron para descubrir, ni siquiera para conquistar: Colón es un empresario del siglo XVI, un nuevo burgués de un incipiente mundo moderno, que apenas esboza su cartografía.
Colón tiene un solo objetivo: llegar al Asia por una ruta oceánica inédita para ese entonces. Y le interesa Asia porque su compatriota Marco Polo ha publicitado con éxito que es un territorio dónde se encuentran los más apetecibles tesoros de la humanidad: especies y metales preciosos.
Es una idea tan fija ésta que en el Diario de Colón la palabra que más encontramos es: oro. El oro motivó a Colón, y posteriormente, a los conquistadores y a la mismísima Corona con sede en Madrid. Y fue el Dorado, la ciudad mítica construida con oro, lo que estimuló ciegamente el descubrimiento, la conquista militar y el poblamiento de América en los tres siglos hispánicos. Además de sonsacar a las otras potencias europeas rivales de España y Portugal que llegaron tarde a la fiesta.
“Los nombres de las cosas y de los lugares y la visión misma del conquistador de América representan una proyección de la mentalidad europea”. Incluso, ya descubierto el error, el europeo se resistió a lo nuevo y empezó a darles nombres viejos. México fue Nueva España. Y hubo también la Nueva Granada, Nueva Castilla, Nueva Andalucía y un sinfín de nuevos lugares renombrados. El nacimiento de Venezuela fue por una reminiscencia de Venecia en Italia y no por la aceptación de unos pobladores palafíticos de lengua y costumbres bárbaras, es decir, extranjeras.
“Los descubridores y pobladores hicieron entrar la realidad americana en los moldes de las palabras, los nombres y las creencias de Europa. Acomodaron la realidad americana a su propia arquitectura mental”.
Ya sabemos que las creencias son más poderosas que la misma realidad. Y que la realidad de amolda a las creencias y no al revés. El “Encuentro” entre americanos y europeos fue desigual y poco constructivo en términos civilizatorios ya que unos ganaron y otros perdieron.
El europeo para comprender un nuevo mundo, visto por primera vez, lo hicieron encajar arbitrariamente en su tradición literaria, mitológica y religiosa. Y básicamente en sus deseos. “Los españoles no salieron tanto a adquirir nuevos conocimientos como a comprobar antiguas creencias”, dice Lévi-Strauss.
Colón creyó haber llegado no sólo a las maravillosas Indias sino también al mismísimo Paraíso Terrenal o incluso la Fuente de la Eterna Juventud. Las leyendas de la Antigüedad clásica y las muy fantásticas del medioevo se impusieron a la realidad. Colón y quienes tomaron su relevo encontraron en América: tritones, amazonas, enanos, gigantes, las Siete Ciudades de Cíbola, la Ciudad de los Césares, y por supuesto, El Dorado. La fecundidad del error.
“El sueño es el que es vida, realidad, creación. La fe misma no es, según San Pablo, sino la sustancia de las cosas que se esperan, y lo que se espera es sueño. Y la fe es la fuente de la realidad, porque es la vida. Creer es crear”, sostuvo Miguel de Unamuno.
DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN/@LOMBARDIBOSCAN/Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia/Representante de los Profesores ante el Consejo Universitario de LUZ