Miércoles 18 de septiembre de 2024
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Pedro Almodóvar conmovió a Venecia hasta los cimientos y recibió una ovación histórica de 17 minutos

El cine es un arte de contradicciones. El principal descubrimiento del cine sonoro fue, quién lo iba a imaginar, la…

Pedro Almodóvar conmovió a Venecia hasta los cimientos y recibió una ovación histórica de 17 minutos
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El cine es un arte de contradicciones. El principal descubrimiento del cine sonoro fue, quién lo iba a imaginar, la fuerza expresiva del silencio. Cuando hartos de la competencia de la gris y diminuta televisión, los grandes estudios se lanzaron a la desesperada a ampliar la pantalla hasta el infinito, lo que descubrieron los cineastas fue que ningún paisaje es comparable en hondura, accidentes geográficos abisales y torrentes de puro dolor (y placer también) con el rostro humano.

La habitación de al lado, la última película de Pedro Almodóvar (la que hace el número 23 o la primera rodada en inglés, como se quiera), celebra cada una de las paradojas que habita el cine (o buena parte de ellas) y lo hace con una precisión contenida a un paso del entusiasmo que se desbordó al final de la proyección, cuando el público de la Mostra de Venecia permaneció en pie aplaudiendo durante 17 minutos, en una ovación histórica.

Es una película sobre la vida desde la claridad de la muerte; es sobria hasta la agonía, pero inundada de colores encendidos; es un melodrama por definición exuberante y, sin embargo, toda ella cabe en la música callada del duelo; promete una gran historia de amor y, aquí no hay sorpresas, ahí está la pasión más pura trasmutada en el hilo de acero que une a dos amigas a un paso de todos los precipicios. Pero por encima de todo, la adaptación de la novela de Sigrid Nunez Cuál es tu tormento que propone Almodóvar no es nada más que un mapa, el mapa del territorio del rostro humano. Y lo es con una precisión tan admirable como enigmática.

Los semblantes de Tilda Swinton y Julianne Moore cartografían con tal claridad el territorio mismo de las emociones que convierten la pantalla en espejo donde nos miramos y nos hundimos. Y ellas mismas, las actrices, terminan por ser personajes reales de su ficción.

Actrices de sí mismas, representaciones de una desesperación atávica que nos apela a todos. La referencia, a fuerza de repetida, constante a Los muertos, la adaptación de John Huston de Dublineses, de James Joyce; así como la aparición velada de Carta de una desconocida, de Max Ophüls según el relato de Stefan Zweig, son las pistas que La habitación… deja para que la memoria de cada uno replique sus propios fantasmas y miedos.

Historia

Se cuenta la historia de dos amigas que se reencuentran después de tanto tiempo. La primera (Moore) es novelista y la segunda (Swinton), reportera de guerra. Una acaba de publicar un libro sobre la muerte que no entiende y la otra, culpa del cáncer, simplemente se muere. Lo que sigue es un viaje de reconocimiento, de salvación, de culpa y de perdón. Pero también de libertad a la hora de elegir el modo de morir.

El director se detiene, ya se ha dicho, en los rostros enfocados en primer o primerísimo plano. Y ahí se queda a vivir. Y a morir. Toda la película se ofrece como un estudio y reflexión sobre el poder de la mirada y de la palabra.La habitación de al lado está construida enteramente sobre un texto que las protagonistas recitan cercanas una a otra y, a la vez, sonámbulas en su soledad. Casi en trance. Las palabras se convierten no tanto en imágenes como en material imaginario perfectamente filmable (e inflamable, incluso). Importa el silencio, el otro lado de lo dicho, las sombras detrás de un espacio siempre iluminado cenitalmente.

Los monólogos tan habituales en el cine del director son ahora espacios para la amistad y el consuelo. Y todo ello, mientras, como en el mejor cine del maestro del melodrama Douglas Sirk, el mundo se ofrece a través de marcos de ventanas y puertas que delimitan pantallas, pantallas dentro de la propia pantalla del cine; imágenes que se reflejan en imágenes. De nuevo, pocos cineastas tan cuidadosos como Almodóvar a la hora de dibujar los laberintos de la representación en los que la realidad se enreda con la fábula, y viceversa.

El resultado es una continuación temática de Dolor y gloria, pero desde un lugar más grave, herido y profundo (cuánto recuerda La habitación de al lado a Hable con ella y cuánto nos hacen pensar una y otra, Tilda y Moore, en la imperial Marisa Paredes). Ahora, al contrario que en su película anterior, lo relevante no es tanto la vida pasada que se proyecta en la culpa (que también, puesto que ahí aparece una hija abandonada) como ese futuro inmediato y ciego que todo lo detiene, todo lo anula y, del mismo modo, todo lo justifica y a todo da sentido. Se diría incluso que los saltos hacia atrás en forma de flashbacks son elementos que no acaban de encajar en la seriedad helada y perfecta del conjunto.

Las referencias a la guerra de Vietnam son más bien turísticas y bastante innecesarias. Si las historias dentro de las historias en el cine del director siempre ha servido al propósito de ampliar lo que podríamos llamar el ciclo de la vida de la narración, en La habitación de al lado se antojan solo errores que interrumpen el pulso quedo y profundo de todo.

Sea como sea, lo que queda es una sinfonía de dos rostros convertidos en un mapa tan perfecto que acaba por ser él mismo el territorio, el territorio del alma. No hay diferencia entre los personajes y las actrices, el cine y la realidad, la muerte y la vida… el mapa y el territorio. Se preguntaba Borges por qué nos inquieta que un mapa esté incluido en un mapa, y las mil y una noches en el libro de Las mil y una noches, y Don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet. Y se respondía: "…si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios". Sin duda, una película, La habitación de al lado, para la conmoción.

Noticia al Día/Mundo

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