Un 4 de agosto, pero de 1958, la Vuelta a Portugal se tiñó de luto cuando los ciclistas españoles Raúl Motos y Joaquín Polo fallecieron víctimas de una insolación fulminante en plena competencia. Las temperaturas, que superaban los 40 °C, se convirtieron en un enemigo silencioso e implacable para los deportistas.
El mundo del ciclismo, y del deporte en general, se estremeció ante una realidad hasta entonces subestimada: el riesgo mortal del calor extremo en competencias de alta exigencia
Una conmoción internacional
La noticia recorrió titulares en Europa y América Latina, generando una reacción de solidaridad y reflexión colectiva. Organismos deportivos, periodistas, médicos y atletas iniciaron un debate urgente sobre las condiciones de seguridad climática en eventos al aire libre. Por primera vez, se cuestionó seriamente la falta de medidas ante las olas de calor, que no eran consideradas entonces una amenaza directa.
El antes y después en la hidratación deportiva
El fallecimiento de Motos y Polo fue un catalizador. A partir de este hecho:
- Se comenzó a implementar protocolos obligatorios de hidratación antes, durante y después de las etapas.
- Se estableció la monitorización médica en ruta, con mayor énfasis en síntomas de golpe de calor.
- Surgieron regulaciones sobre cancelación o modificación de etapas ante condiciones climáticas extremas.
- La educación sobre los efectos de la deshidratación se volvió parte fundamental del entrenamiento.
Legado de conciencia
Hoy, Raúl y Joaquín son recordados no solo por su entrega en el ciclismo, sino por haber impulsado, con su pérdida, un cambio crucial en la seguridad deportiva. Su historia permanece como un testimonio de respeto por el cuerpo del atleta, y un llamado constante a proteger a quienes llevan el deporte al límite.