Cuando se cierran sus seis puertas y un zumbido se siente dentro del sitio de paz y oración, aún queda trabajo por realizar, como es, organizar el altar, acomodar y doblar los manteles, verificar los candelabros y ubicar en su sitio todo lo utilizado para la misa que se repetirá al día siguiente. Así comienza la labor del sacristán.
El que realiza el primer turno llega a las 6.00 am y otro es el último en irse del templo San Juan de Dios, Basílica de Chiquinquirá, a las 9.00 pm, muchas veces después de vestir las imágenes de los santos para que luzcan impecables ante la mirada de la feligresía, y poner orden en los elementos sagrados utilizados en la misa del día. Los sacristanes tienen las llaves del recinto que resguarda la imagen sagrada venerada por los zulianos, la Chinita.
A su cargo está la custodia y guarda de los vasos, vestiduras, libros sagrados y la vigilancia de todos los dependientes de la sacristía, aparte de asistir al padre al momento de oficiar su misa.
Conversamos con estos dos hombres que por más de dos décadas se han dedicado al resguardo del recinto de nuestra Excelsa Patrona, Antonio Ocando y Édgar Molina; el primero, encargado de abrir día a día el recinto a primeras horas y el segundo, cierra los ventanales y puertas en horas nocturnas.
Las voces, el canto, los santos, el misterio
Sin explicación alguna, el sacristán Molina nos cuenta que en muchas oportunidades, al momento de encontrarse solo en el templo, luego de un agitado día y cerrar todas las puertas y ventanas, en varias oportunidades ha escuchado cantos de corales que suenan como a lo lejos. Al principio sorprende, pero no da miedo.
Asimismo he sentido llantos y personas que se despiden con voces que también se sienten dentro del recinto. El corretear de niños y risotadas frente a las puertas del templo se escuchan cuando todo queda en tinieblas.
Muchos son los feligreses que tienen enfermedades terminales y piden a sus familiares que los traigan a la Basílica a despedirse de su Patrona, y los recibimos con mucho respeto, cariño y afecto, nos comentó.
Destacó que en una oportunidad, luego de finalizada una última misa, observaba hacia la parte alta del púlpito, donde se encuentra la reliquia de la Chinita, y notó, sin todavía explicarse, cómo la Virgen se salía de su relicario y brillaba. "De eso tengo un recuerdo vivo", dijo.
En ameno recorrido por el templo, nos habló del mantenimiento de las obras religiosas y su resguardo y contó que junto a colaboradores se encarga de vestir a los santos para que luzcan ante la feligresía de la mejor manera.
Se hace de noche cuando ya no hay gente en la Basílica. Se visten tres veces al año, el primer cambio en octubre antes de la bajada de la Virgen, luego en diciembre cuando se espera el Año Nuevo y la tercera en enero para esperar la Semana Santa.
Los misterios de la tablita
En una oportunidad, antes de morir, Enairo Villasmil, quien durante 41 años fue el encargado de limpiar, restaurar y cuidar las joyas de nuestra Virgen de Chiquinquirá, recordado como el Joyero de la Virgen, declaró que tomó la tabla tres veces por año para limpiarla y darle mantenimiento: después de la bajada, el día de la China y antes de subirla de nuevo a su altar.
Aseguró que, una vez que la manipulaba ocurría algo sorprendente, cuando una extraña energía se apoderaba de él, y entonces ocurría algo inexplicable.
“Cuando uno tiene ese retablo en la mano la voz se le silencia. No habla, sólo se piensa, y sobre ese pensar salen lágrimas".
"Es algo indescriptible", dijo entonces, "que le hace sentir a uno que, definitivamente, esa tablita bajó del cielo. Y le ocurre a todo el que la toca. Nadie dice nada. Sólo lloran y después se desahogan, contentos, porque tuvieron a la Virgen en sus manos”.
Javier Sánchez
Noticia al Día