Lunes 14 de octubre de 2024
Ciencia

LA SALUD AMENA: La vida sibilante de un asmático (Vinicio Díaz Añez)

De todos los sonidos que guardo en mi memoria, hay uno en especial que me produce una terrible sensación de…

LA SALUD AMENA: La vida sibilante de un asmático (Vinicio Díaz Añez)
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De todos los sonidos que guardo en mi memoria, hay uno en especial que me produce una terrible sensación de angustia cada vez que lo escucho. Este sonido suele tener una misma fuente de emisión y, por curioso que resulte, no proviene del exterior. Les prevengo para que no crean que mi interés es referirme a las palpitaciones sonoras que surgen de un instrumento musical de viento, de metal o de cuerdas. Muy lejos están esas dulces vibraciones del alma de las ominosas voces de las que más adelante les daré cuenta…

Este sonido lo escucho desde que tengo uso de memoria, al menos de memoria consciente, y, aunque sale de mi propio cuerpo a través de los pulmones y se filtra por la nariz y la boca, para mí es de total desagrado, pues me suscita malos recuerdos y momentos ingratos.

Me refiero al sonido de la respiración sibilante, brusca, de viento mínimo que emerge de los bronquios y que es tan frecuente entre las personas que providencialmente padecemos de asma. Sí, así es, soy asmático y estoy seguro de que para muchos que como yo debemos luchar contra este mal a diestra y siniestra, el agudo sonido sibilante que sale de nuestro pecho en los momentos de crisis es, por decir lo menos, la ominosa epifanía musical que nos anuncia que podemos estar a la borde de la muerte…

Como les dije, desde mi infancia tengo conocimiento de que soy asmático. Hoy, cuando me acerco a los 43 años, puedo decir que me he enfrentado a ella como consecuencia de varias crisis, de las cuales, gracias a Dios, he salido indemne.

Toda mi vida he tenido que coexistir con este mal, que más que un mal se ha convertido con el paso de los años en una suerte de compañero indeseable. Todas las etapas de mi vida han estado marcadas por su presencia cuando de hablar de enfermedad se trata. Mi infancia, por ejemplo, no fue de lo mejor. Si bien recibí el afecto y la atención oportuna de mis padres, crecí sin embargo como el hijo al cual debían cuidar en extremo y a quien sus hermanos veían como el más débil a pesar de ser el mayor.

Por cierto, tengo dos hermanos y una hermana y, según las experticias médicas, mis antecedentes asmáticos no provienen de mi familia por parte de padre, sino vienen de mi madre, quien no padece la enfermedad, pero sí mi abuela y dos tíos. Uno de ellos creo que bien vale , pues falleció debido a una crisis que le sobrevino debido a la exposición frecuente que tenía a la madera y al aserrín. Y es que era carpintero y ebanista, de los mejores, de acuerdo con los que lo conocieron, pero se apasionó por un oficio que nunca se las ha llevado muy bien con el asma.

Yo, por el contrario, no tengo nada que ver con los clavos y las tablas: soy economista y mi oficio me ha permitido quizás estar más alejado de agentes alérgicos tan letales como los que acabaron con la vida de mi tío.

Desde que supe que el asma sería mi sombra, he procurado llevar una vida disciplinada, sin embargo, las crisis no me han faltado. Hubo una época en la que me acostumbré demasiado a los ataques graves de asma. Coincidió con el momento en que dejé de practicar deportes. Nunca he sido un gran atleta y confieso que ello se debió tal vez a la aprensión al asma, o lo que es lo mismo, al temor de tener que ir al puesto de emergencia de una clínica para que me aplicaran una terapia.

Las crisis me venían con apenas correr para tomar el autobús. Un salto rápido en frío desencadenaba siempre un ataque, la gravedad dependía de cuanto tardara en parar mi actividad física después de que hubiera comenzado el ataque. Con el tiempo aprendí a controlar estas pequeñas crisis. Sabía que estando sentado y muy quieto se me vadeaba el temporal. De ésta manera fui conociendo los detalles de los ataques de la enfermedad que padecía hasta llegar a controlarlos en cierta medida, no totalmente.

El ataque empezaba bastante rápido y si seguía con la actividad física iba empeorando. Empezaba por la típica falta de aire, aunque no era igual que cuando haces deporte y te falta el aliento. En una asfixia te quedas sin aire de golpe, pero en el asma no. Notas cómo con cada respiración te entra aire, pero cada vez menos. Ah, bueno, y ese sonido sibilante que en mi caso es lo más terrible…

Lo primero que se siente después de la falta de aire es la angustia, en mi caso sólo en los primeros ataques. Tú te esfuerzas en respirar, en expandir tus pulmones, pero el aire cada vez va entrando menos. Acto seguido te empieza a doler la cabeza y empiezas a escuchar tus latidos cada vez más fuertes. La sensación es la de centrarte en el interior de tu cuerpo cada vez más para poder respirar e ir olvidando el exterior, pero según avanza pasa de ser una sensación a ser una realidad. Lo primero que se desactiva es el oído, dejas de escuchar, es como si alguien con el mando del volumen del altavoz empezara a subirlo y bajarlo todo el rato.

A continuación, lo que se pierde es el campo de visión. De los 180 grados que de normal se ven, se van reduciendo las esquinas, pero no podría concretar cuánto, diría que sí se baja el campo de visión hasta los 90 grados. La impresión es que también la altura se estrecha, es decir, ves menos por arriba y por abajo.

A partir de aquí la cosa ya es muy grave (o esa era la impresión que yo tenía) y no he continuado mucho más. Aquí las extremidades ya pierden bastante fuerza y lo único en lo que te puedes concentrar es en respirar. El mundo deja de existir y sólo quieres sentarte, estar lo más quieto posible y respirar. Juraría que más adelante se pierde color en la visión, pero la consciencia y la memoria a partir de este punto creo que no son muy fiables.

En todos estos años, la experiencia que me ha dejado el asma es que, si uno no la vence, ella lo vence a uno. Es vital asumir sin resignación la enfermedad, hay que desafiarla, presentarle batalla, no podemos tomarla como algo natural porque en ese caso nos anula la posibilidad de superarla.

Ahora no me separo nunca de mi inhalador. ¡Siempre lo llevo en el bolsillo! Lo malo de los inhaladores es que, si te los tomas en pleno ataque, como apenas coges aire, les cuesta entrar en los pulmones. Hace un tiempo jugué un partido de futbolito y aunque había inhalado varias veces el Salbután durante calentamiento físico previo al encuentro, una vez que este terminó me sobrevino un ataque bastante grave. Tomé entonces unas inhalaciones y la cosa mejoró. Me di cuenta de que no controlaba nada y me asusté. Desde entonces tengo el asma muy controlada. Ya no me fio.

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