La historia de la inesperada intervención del Dr. José Gregorio Hernández en la vida del general Juan Crisóstomo Gómez, hermano de Juan Vicente Gómez, ha resurgido como un testimonio perdurable de la inquebrantable vocación del "Médico de los Pobres". Este relato, detallado en el libro "Nuestro Tío José Gregorio", de Ernesto Hernández Briceño, recalca el respeto que en la época se sentía por el renombrado científico.
La crisis se desató cuando Juan Crisóstomo Gómez, conocido como "Juancho", se encontraba al borde de la muerte, sin que los médicos más eminentes de Caracas pudieran diagnosticar ni tratar su enfermedad. Ante la desesperación, el propio Juan Vicente Gómez, en un acto de fe inusual, afirmó que la única esperanza residía en el Dr. Hernández.
Según la anécdota, el presidente ordenó al general Pimentel que localizara a Hernández sin importar dónde se encontrara. Pimentel efectivamente encontró al médico en el mediodía, en medio de su consulta diaria para los más pobres de la ciudad. El relato de los hechos pone de manifiesto la ética inquebrantable de José Gregorio. Al serle transmitida la urgencia del presidente, Hernández consultó su reloj y, con total convicción, respondió que no podía dejar a sus pacientes pobres y que solo podría atender al general después de terminar su consulta, a las tres de la tarde.
La insistencia de Pimentel fue abrumadora y al mencionar "Juancho Gómez se está muriendo", provocó un cambio en la actitud del médico. La mención de un caso de muerte inminente activó su sentido de la misión médica por encima de cualquier otra consideración. Con la frase "¡Ah!, eso es otra cosa… Había que salvar una vida", Hernández se disculpó humildemente con los pacientes que esperaban y partió con Pimentel.
La escena de la sala de espera, llena de personas humildes, impresionó tanto al General Pimentel que la describió como algo "pintoresco". Una vez en la mansión de los Gómez, Hernández hizo un diagnóstico rápido y recetó un tratamiento tan "sencillo" que dejó a los demás médicos asombrados. Después de su breve pero crucial intervención, regresó de inmediato a su consulta para continuar atendiendo a sus pacientes de bajos recursos, un acto que vendió su reputación como un hombre de principios inquebrantables.
Más allá del éxito médico, el suceso evidenció una verdad fundamental: Juan Vicente Gómez, a pesar de su poder, respetaba y valoraba la integridad de individuos como el Dr. Hernández, cuya posición y principios trascendían el ámbito político.
La biografía de Hernández confirma que, a diferencia de muchos otros, él no fue perseguido, sino que gozó de un estatus de alta estima, un reflejo del respeto que hasta el presidente Gómez sentía por su vocación y sus virtudes innegociables.
Noticia Al Dia / Arelys Munda