En la helada madrugada del 21 de enero de 1869, en un pueblo olvidado de Dios llamado Pokróvskoye, al este de los Urales, nació Grigory Yefímovich Rasputin. Nadie en aquella aldea cubierta por un perpetuo manto de nieve pudo imaginar que aquel niño de ojos hipnóticos y temperamento errante sería, años más tarde, el centro de las intrigas palaciegas de un imperio al borde del colapso.
Rasputin, un hombre que parecía deslizarse entre el bien y el mal como el filo de una navaja, poseía el aura de los profetas de otro tiempo. Se cuenta que, en los oscuros días de diciembre de 1916, vaticinó su propio fin y el de la dinastía Romanov con estas palabras: “Si los nobles me asesinan, su sangre será derramada por manos del pueblo”. Y así fue. Apenas unos meses después de su muerte, el imperio ruso sucumbió bajo el peso de la revolución.
Su vida, siempre envuelta en un velo de leyendas y rumores, estuvo marcada por seis episodios que desafían el sentido común:
- El sanador del zarévich: Rasputin ganó el favor de la zarina Alejandra gracias a su aparente capacidad para aliviar los ataques de hemofilia del joven Alexéi, el heredero del trono ruso. Nadie entendió cómo un hombre sin educación médica lograba lo que los mejores doctores no podían.
- El guía espiritual de los Romanov: En pleno esplendor de la corte imperial, Rasputin se convirtió en confidente y consejero de la zarina, alimentando la desconfianza de la nobleza y los políticos hacia él.
- El predicador errante: Antes de ser conocido en San Petersburgo, Rasputin viajó por Rusia como un peregrino, predicando una mezcla de ascetismo y un misticismo que parecía estar al borde de la herejía.
- La sombra en la política imperial: Aunque su influencia sobre el zar Nicolás II es debatida, muchos lo acusaron de ser el poder detrás del trono, manipulando decisiones en medio de la Primera Guerra Mundial.
- La resistencia del “monje loco”: Su asesinato fue digno de un relato fantástico. En la noche del 30 de diciembre de 1916, un grupo de conspiradores lo envenenó, lo apuñaló, lo disparó y, según algunas versiones, lo arrojó al helado río Nevá. Su cuerpo, sin embargo, tardó días en ceder al abrazo de la muerte.
- El profeta de su tiempo: Sus visiones, aunque cargadas de ambigüedad, parecían anunciar no solo su final, sino también el derrumbe de la Rusia imperial, como si su vida estuviera ligada al destino del último zar.
Hoy, al conmemorarse un aniversario más de su muerte, Rasputin sigue siendo una figura fascinante y desconcertante, un hombre que caminó entre la fe y la oscuridad, entre el mito y la realidad. Su historia, tan improbable como real, parece haber salido de las páginas de una novela, donde la verdad y la fantasía se entrelazan para dar forma a un personaje inolvidable.
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