Usaban hombreras que triplicaban sus espaldas, con las que apenas podían atravesar de frente por el marco de una puerta, sus trajes de inspiración new romantic llevaban borlas como los toreros, sus zapatos terminaban en punta como los de los arlequines.
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Pero todas las miradas se posaban en ellos cuando bailaban música dance mientras agitaban sus abanicos gigantes. Así de excéntricos lucían los integrantes de la agrupación española Locomía, cuya historia vuelve a la luz con la película Disco, Ibiza, Locomía que se estrenará en la plataforma Netflix el próximo 6 de septiembre.
Este drama protagonizado por Jaime Lorente, Alberto Ammann, Alejandro Speitzer, bajo la dirección de Kike Maíllo recrea los orígenes e inesperado ascenso meteórico de la primera agrupación de música dance española. En realidad nunca se fueron, la banda fue cambiando de caras a lo largo de sus tres décadas de vida, por la que pasaron 15 integrantes, de los que ya murieron tres.
Los integrantes originales, bailarines de discoteca sin pasado musical, no podían creer haberse convertido en un fenómeno popular. Su canción, Disco Ibiza Locomía, repetía frases sin sentido (Moda Ibiza Locomía, Loco Ibiza Loco Mía, Sexo Ibiza Locomía, y seguía con Mar, Sol, Marcha, Crazy).
Sabían que con lo poco que decían, porque no cantaban, llenaban estadios. En su álbum debut, Taiyo (1989), tuvieron que apoyarse en el playback. Se sabe que el mismo productor musical José Luis Gil grabó voces, igual que el resto de la producción. Y algún que otro cantante. A nadie le importaba.
En América latina las mujeres suspiraban y gritaban en cada estudio de televisión en los que se presentaban. Las cámaras estaban enamoradas de la mirada felina de Carlos Armas, y su cabellera en movimiento mientras agitaba su abanico en la cara. Era una agrupación gay, pero ellos tenían totalmente prohibido por contrato decir una sola palabra acerca de su orientación sexual. La industria de la música no dejaba salir del placard a nadie. Temían perder a las eufóricas admiradoras.
Barcelona, el punto de partida
La historia comienza en 1983 en Barcelona, cuando el catalán fundador de Locomía Xavier Font hace una valija y viaja hacia el mayor centro de diversión español, donde la noche no tenía fin y se respiraba más libertad que en cualquier otro lado del planeta.
Font no viaja por intereses musicales, sino porque le gustaba la moda y quería crear allí sus propios diseños de ropa. Su objetivo era crear una “tribu urbana”, según sus propias palabras. Y viajó acompañado con Manuel Arjona, a punto de cumplir 17 años, con quien tenía una relación.
Font dijo que nunca ocultó su homosexualidad, sin embargo, que no era lo mismo la vida en Barcelona que en la isla balear. Ahí sí que se respiraba libertad. “Cuando llegué a Ibiza me pareció otro planeta. Yo venía de Viladecans, donde tenía que ocultar mi identidad sexual.
Y en la isla si eras un chico e ibas con falda no te miraba nadie. Fue un cambio salvaje”, le contó Xavier Font al diario El País. En la disco Ku, la más importante de la isla, conoce al neerlandés Gard Passchier quien se enamora de él, con quien empieza a engañar a Manolo, que no entendía nada de inglés y no se daba cuenta de nada.
Un día caminando por la playa el diseñador tuvo un rapto de inspiración al ver unos norteamericanos homosexuales que combatían el calor arrollador de la isla con unos abanicos. Llegó a su casa y empezó a diseñar los propios, en tamaño extralarge, porque es una persona que se asume “exagerada”. El accesorio se sumó a un vestuario extravagante, barroco. Font había creado algo diferente a todo y pronto logró llamar la atención.
Llamó a su hermano Luis y los cuatro empezaron a frecuentar Ku luciendo esos trajes barrocos que habían confeccionado en su casa. Fueron la primera formación de Locomía, cuyo nombre quedó cuando a Passchier le preguntaron por los abanicos gigantes, y él respondió “es una locura mía”, mientras lo que se escuchó fue “Loco mía”.
Los dueños de Ku fueron los primeros en apostar por ellos. Les pagaron un millón de pesetas (el equivalente a 6000 euros de hoy) para que bailaran en el escenario. Hasta ese momento, no eran más que un grupo de amigos que iba creciendo. La pequeña tribu. Llegaron a ser 15. Todavía nadie cantaba cuando Font abrió una tienda para vender esos extravagantes atuendos junto a una peluquería. Bailaban ante multitudes cada noche. Unas 6000 personas extasiadas por la noche más famosa y libertina de Europa.
Botas puntiagudas para Freddie Mercury
El 5 de septiembre de 1987 la gran estrella de la época Freddie Mercury terminó de celebrar su cumpleaños en Ku. Y Locomía hizo un show especial para la ocasión con sus llamativos atuendos. Font le regaló las botas puntiagudas a Mercury que usó ese día, y éste le prometió ponérselas. Al día siguiente, el líder de Queen pasó por el local del diseñador y se llevó dos chaquetas.
La promesa la cumplió poco antes de morir, a causa del Sida. En el videoclip de Innuendo, en blanco y negro, en el que se lo ve excesivamente maquillado para ocultar su tez pálida y delgadez extrema, puede observarse que llevaba los extraños zapatos creados por Font en Ibiza.
David Bowie, que también tenía debilidad por los brillos y extravagancias, contrató a los jóvenes para que bailaran en una parte de la gira Glass Spider Tour. Una madrugada, al volver de Ku, encontraron su casa incendiada, con todo su vestuario hecho cenizas. No solo eso. Los miles de dólares que habían ahorrado con espectáculos que también daban en privado. Se dijo que un empresario japonés les había pagado 100 mil dólares por un show. Lo habían perdido todo.
Los renacentistas
Font siempre sospechó que el fuego había sido provocado por otros grupos de bailarines de Ibiza, que sentían celos. En ese momento, aparece en sus vidas José Luis Gil, un destacado productor musical, que al verlos una noche no podía dar crédito de lo que estaba viendo. Quedó hinoptizado por “los ropajes sorprendentes y zapatos de estilo renacentista” y su danza cadenciosa. En sus memorias dijo: “todo el mundo que estaba bailando se paró y empezó a arremolinarse en un enorme corro para admirar a esos jóvenes juglares que con profusión de brocados, terciopelos y grandes hombreras, que daban un aspecto cubista a las proporciones de los cuerpos completamente fuera de época y estación, estaban dejando boquiabiertos a los más modernos del mundo”.
“No éramos grandes cantantes. Ni mucho menos – contó Carlos Armas 30 años después en el programa español Deluxe- que podríamos haber hecho más, lo hicimos. El segundo disco lo cantamos de arriba a abajo nosotros”, aseguró orgulloso, por lo que dejó en claro que en primero no fue así.
Camino al éxito
Cuando entra en juego el manager José Luis Gil y comienza a comercializar su música en el mundo discográfico, los jóvenes abandonaron Ibiza y las reglas del juego cambiaron. Perdieron por completo las libertades ganadas durante esos años.
Xavier Font no estaba nada a gusto, por lo que contó en sucesivos programas de televisión, donde hoy aparece con su cabeza tatuada. No se sintió a gusto con ese tipo de contrato que le exigía vestirse todo el tiempo con un traje colorado, su color, justo él que no repetía diseños ningún día, además que estar girando todo el tiempo no le interesaba en lo más mínimo.
Instalado en Madrid, antes de irse a vivir a Miami, Font perdió el control de la parte artística de la tribu que había gestado y también, sobre la vida de estos jóvenes que habían estado a su cargo. El harén que se había formado, a quienes mantenía y nunca les había pagado un sueldo, pese a que hacían bailar a multitudes entre Ibiza, en verano, e Italia, en invierno. La agrupación de esos tiempos contó que nunca cobraron un céntimo hasta que apareció en sus vidas el manager que los llevó a grabar a Madrid su primer disco. Manolo que estaba desde los inicios, que se aventuró con Font en su viaje a Ibiza, dijo que nunca le faltó nada, pero que nunca tuvo un sueldo ni dinero en el bolsillo.
En sus paseos por la tevé, Font reveló que jamás debería haber dejado el grupo y debía haber continuado enamorado de Carlos. Las escenas de celos estaban a la orden del día. El líder de Locomía se obsesionó con Carlos Armas desde el primer momento en que lo vio.
Nadie conocía en esos tiempos que esos bailarines tenían un entramado de relaciones amorosas entre ellos. Font que había tenido relaciones sentimentales primero con Manolo y más tarde con el holandés, se enamoró perdidamente del canario Carlos Armas, que llegó al grupo en el 87. Tenía 19 años, una larga melena y además de una belleza innegable, era muy sensual.
Con la llegada de Carlos, Gaard perdió su lugar de favorito y abandonó Locomía. Y al irse Luis, el hermano de Xavi, que terminó cantando en el subte, llegó el rubio Juan Antonio Fuentes. En un programa, Fuentes aclaró tajante: “Yo nunca pertenecía al harén de Font. Yo fui el discordante. El último en llegar, sustituyendo a su hermano, que antes de grabar el disco, decidió marcharse”, contó sobre esa etapa en la que ya estaban instalados en Madrid para grabar su primer LP. “Él creó ese concepto en Ibiza, es innegable, el éxito lo hemos creado nosotros”, afirmó.
La relación tormentosa con Carlos, que incluyó una mujer del equipo, terminó con peleas a los golpes. José Luis Gil supo poner un punto final a la situación y les pidió un paso al costado de uno de los dos. La situación era insostenible. El creador de Locomía se fue y ocupó su lugar otro catalán, llamado Francesc Picas, quien murió en 2023, a los 53 años. A partir de ese momento, se inicia el ascenso meteórico de la boy band. E inesperado. El propio mánager no entendía el fenómeno, su gran popularidad. Eran un éxito. Sus temas sonaban en las discotecas, y los abanicos y el baile eran la marca registrada.
En medio de este revival de Locomía a raíz de la película y una docuserie, varios de sus integrantes volvieron a encontrarse después de 30 años, como Carlos, Juan Antonio y Manolo. Con el pelo plateado, y un Carlos sin melena, cuando hablan de esa popularidad, también reflexionan sobre lo que pudo haber sido y no fue.
Intentaron conquistar el mercado norteamericano, cantando en inglés, pero cometieron muchos errores. Dijeron que la fama se les había subido a la cabeza y se quedaron sin nada. “Estábamos más allá del bien y del mal”. Tras el lanzamiento de segundo álbum, Locovox, con una imagen renovada, y con la llegada del grupo a Miami, comenzaron los problemas, del que no hubo retorno.
Estaban lanzando su primer LP en Estados Unidos, contaba Armas en el living de Susana Giménez. Para ellos era un paso muy importante. Xavi Font, que estaba a cargo de la promoción de la agrupación en Miami sembró dudas sobre José Luis Gil, por la suma de 250 mil dólares. Les hizo creer que el manager se había quedado con ese dinero por un adelanto de regalías.
Convenció al grupo de disolver su relación con el mánager. Los cuatro renuncian a formar parte de Locomía frente a un notario y Font recobró la formación original del grupo. José Luis Gil no se quedó de brazos cruzados y formó otro Locomía. Y así se inicia una guerra, de la que sale perdiendo el grupo de Xavi Font. Entre el cansancio y las malas decisiones, lo perdieron todo.
En la Argentina, quedaron recuerdos imborrables de su paso por varios estudios de televisión argentinos. El living de Hola Susana, el programa Feliz Domingo para la Juventud, con Silvio Soldán, que tenía una prenda donde chicos competían imitando a la agrupación española y bailaron delante de ellos con los abanicos. También los recibió Antonio Gasalla, en su personaje de Edith. Les preguntó si los podía tocar y abrazó a Francesc: “Él es el más lindo”, dijo. Allí presentaron Locovox y anunciaron su show en el teatro Gran Rex.
En una entrevista de Juan Alberto Mateyko Juan Antonio intentó explicar la razón del éxito, en un público tan amplio. Una tarea difícil. “Fue presentarle al público algo totalmente nuevo, distinto de lo que había hasta el momento, a nivel de imagen, música, que podía parecer extravagante, pero que era muy limpia, muy clara y divertida”. Lo cierto es que los chicos de Ibiza hicieron bailar a todos a fines de los ochentas, muy lejos de esa isla.
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