Hoy, el nombre Juana de Ávila identifica a una de las parroquias más importantes de Maracaibo, una zona residencial y urbana que forma parte del corazón de la ciudad. Sin embargo, este nombre tiene un origen histórico que se remonta a la época colonial, cuando Juana de Ávila no era una parroquia, sino un hato ubicado a las afueras de la pequeña población que era Maracaibo en aquel entonces.
En el siglo XVIII, este hato pertenecía a José Joaquín de Ávila, un comerciante dedicado al intercambio de frutos, azúcar y tabaco con Cuba. En 1792, tras contraer matrimonio con Juana Concepción Castellanos y Ferrer, decidió renombrar su propiedad, conocida como El Caujaro, en honor a su esposa, convirtiéndola en el Hato Juana de Ávila, nos ilustra el Acervo Histórico de Maracaibo.
Según la citada fuente, a lo largo de los años, este lugar fue escenario de una fascinante historia de amor y secretos. En 1808, un joven cubano llamado José Rafael Heras llegó al hato con una carta de recomendación para el dueño, quien al leerla descubrió que Heras era su hijo, fruto de una relación pasada en La Habana. Sin revelar este parentesco, José Joaquín lo acogió y lo presentó a su familia, incluida su hija Cornelia del Carmen.
Ignorando el vínculo que los unía, los jóvenes se enamoraron. Sin embargo, las circunstancias de la guerra de independencia separaron sus caminos. Heras se alistó en el ejército patriota y alcanzó el rango de coronel en la batalla de Carabobo. A su regreso, pidió la mano de Cornelia, pero antes de que se concretara el compromiso, José Joaquín se vio obligado a revelar la verdad para evitar un matrimonio prohibido.
Hoy, Juana de Ávila es mucho más que un recuerdo de aquel hato colonial; es una parroquia que combina modernidad y tradición, un lugar que lleva consigo el legado de una historia de amor y secretos que marcó una época.
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