Sábado 29 de junio de 2024
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José Antonio Ramos Sucre el poeta atormentado a quien el insomnio lo llevó al suicidio

José Antonio Ramos Sucre (Cumaná, Venezuela, 9 de junio de 1890 – Ginebra, Suiza, 13 de junio de 1930) fue…

José Antonio Ramos Sucre el poeta atormentado a quien el insomnio lo llevó al suicidio
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José Antonio Ramos Sucre (Cumaná, Venezuela, 9 de junio de 1890 – Ginebra, Suiza, 13 de junio de 1930) fue un poeta, ensayista, educador, autodidacta y diplomático venezolano. Es considerado uno de los más destacados escritores e intelectuales de la historia literaria de Venezuela. Su poesía, escrita en prosa, ha sido objeto de muchos análisis con la intención de catalogarla, sin éxito, como vanguardista o pre-surrealista. Ramos Sucre libró una larga lucha contra el insomnio hasta que se suicidó en Ginebra, Suiza, en el año 1930.

Algunos de los poemas más conocidos de José Antonio Ramos Sucre incluyen:

Azucena: Un poema que explora la desesperanza y la muerte.

Visión del Norte: Un poema que describe un paisaje polar y la soledad.

Penitencial: Un poema que refleja el misticismo y la introspección.

Vida amorosa

No se dispone de mucha información sobre la vida amorosa de José Antonio Ramos Sucre. Su vida personal estuvo marcada por su lucha contra el insomnio y su dedicación a la literatura y la diplomacia. No hay registros detallados sobre relaciones amorosas significativas en su biografía disponible públicamente.

En homenaje a su memoria, la Universidad de Salamanca creó la cátedra de literatura venezolana José Antonio Ramos Sucre. Su legado literario sigue siendo una influencia importante en la literatura venezolana y latinoamericana.

Dos poemas de José Antonio Ramos Sucre:

Azucena

El solitario divierte la mirada por el cielo en una tregua de su desesperanza.

Agradece los efluvios de un planeta inspirándose en unas líneas de la Divina Comedia.

Reconoce, desde la azotea, los presagios de una mañana lánguida.

El miedo ha derruido la grandeza y trabado las puertas y ventanas de su vivienda lúcida.

Un jinete de máscara inmóvil retorna fielmente de un viaje irreal, en medio de la oscuridad, sobre un caballo de mole espesa, y descansa en un vergel inviolable, asiento del hastío.

Las flores, de un azul siniestro y semejantes a los flabelos de una liturgia remota, ofuscan el aire, infiltran el delirio.

El solitario oye la fábrica de su ataúd en un secreto de la tierra, dominio del mal.

La muerte asume el semblante de Beatriz en un sueño caótico de su trovador.

Una doncella aparece entre las nubes tenues, armada del venablo invicto, y cautiva la vista del solitario.

Llega el nacimiento del día de las albricias, después del viernes agónico, anunciada por un alce blanco, alumno de la primavera celeste.

Visión del Norte

La mole de nieve navega al impulso del mar desenfrenado, mostrando el iris en cada ángulo diáfano.

Tiembla como si la sacudiera desde abajo el empuje de unos pechos titánicos; pero la trepidación no ahuyenta al ave, retirada y soberbia en lo más alto del bloque errabundo; antes engrandece su actitud extraña, como de centinela que avista el peligro, observando una ancha zona.

Las ráfagas fugaces no alcanzan a rizar el plumaje ni los tumbos de la ola asustan la testa inmóvil del pájaro peregrino, cuyo reposo figura el arrobo de los penitentes.

Boga imperturbable a través del océano incierto, bajo la atmósfera destemplada, interrogando horizontes provisorios.

El ave no despide canto alguno, sino conserva la mudez temerosa y de mal agüero y exalta en leyendas y tragedias la aparición y la conducta de los personajes prestigiadores y vengativos, los que por el abandono de la risa y de la palabra excluyen la simpatía humanitaria y la llaneza familiar.

A vueltas de largo viaje, circulan aromas tibios y rumores vagos, y ruedan olas abrasadas por un sol flagrante, las que atacan y deshacen la balumba del hielo, con la porfiada intención de las sirenas opuestas al camino de un barco ambicioso.

El panorama se diversifica desde ahora con el regocijo de los colores ardientes, y con la delicia de los árboles vivaces y de las playas bulliciosas, descubriendo al ave su extravío, precaviéndola de conocer tórridas lontananzas, aconsejándole el regreso al páramo nativo; el ave se desprende en largo vuelo, y torna a presidir, desde cristalina cúspide, el concierto de la soledad polar.

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