El 28 de noviembre de 2016, el mundo del fútbol se vistió de luto. El avión que transportaba al equipo brasileño Chapecoense, rumbo a disputar la final de la Copa Sudamericana en Medellín, sufrió un accidente aéreo que cobró la vida de la mayoría de sus jugadores, cuerpo técnico, periodistas y tripulación.
Chapecoense no era solo un club, era un símbolo de esfuerzo, humildad y sueños cumplidos. Su llegada a la final continental representaba la esperanza de los equipos modestos que, con trabajo y pasión, alcanzan la gloria. La tragedia nos recordó la fragilidad de la vida y la fuerza de la unión, pues el mundo entero se solidarizó con la ciudad de Chapecó y con las familias de las víctimas.
El fútbol internacional rindió homenaje con minutos de silencio, partidos conmemorativos y gestos de fraternidad. Atlético Nacional, su rival en la final, pidió que el título fuera otorgado a Chapecoense, un acto de nobleza que quedó grabado en la historia del deporte. Hoy, el nombre de Chapecoense trasciende más allá de los resultados: es un emblema de resiliencia y memoria colectiva.
Que cada gol, cada victoria y cada sueño cumplido en las canchas del mundo lleve consigo el recuerdo de aquellos héroes que partieron demasiado pronto. Chapecoense vive en la memoria, en el corazón de los hinchas y en la esencia misma del fútbol.



