Viernes 07 de febrero de 2025
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Acércate a Camilo José Cela a 22 años de su muerte

Camilo José Cela fue un destacado novelista, poeta y ensayista español, nacido el 11 de mayo de 1916 y fallecido…

Acércate a Camilo José Cela a 22 años de su muerte
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Camilo José Cela fue un destacado novelista, poeta y ensayista español, nacido el 11 de mayo de 1916 y fallecido el 17 de enero de 2002. Se le otorgó el Premio Nobel de Literatura en 1989. Cela es reconocido por su estilo literario único y su contribución al movimiento literario conocido como tremendismo, el cual se caracteriza por retratar la realidad social de manera cruda y directa.

Su obra más famosa, "La familia de Pascual Duarte", es un excelente ejemplo de su estilo literario y su capacidad para reflejar las complejidades y contradicciones de la condición humana. A lo largo de su carrera, Cela escribió una amplia variedad de novelas, ensayos y poemas que exploraban temas como la marginalidad, la violencia y la naturaleza humana.

Además de su labor como escritor, Cela también fue un destacado miembro de la Real Academia Española y desempeñó un papel importante en la promoción de la cultura española en el ámbito internacional. Su legado literario perdura hasta el día de hoy, y su influencia en la literatura española es innegable.

Técnica de escritura

La técnica de escritura de Camilo José Cela se caracteriza por su estilo innovador y su capacidad para retratar la realidad social de manera cruda y directa. Cela fue un maestro en el uso del lenguaje coloquial y en la creación de personajes complejos y realistas. Su escritura se distingue por su enfoque en los aspectos más oscuros y a menudo perturbadores de la condición humana, lo que le valió el reconocimiento como uno de los principales exponentes del tremendismo, un movimiento literario que buscaba reflejar la crudeza y la autenticidad de la vida.

Además, Cela era conocido por su habilidad para experimentar con la estructura narrativa, utilizando técnicas como el monólogo interior y la fragmentación temporal para crear una sensación de inmediatez y realismo en sus obras. Su estilo directo y desprovisto de artificios le permitía abordar temas controvertidos con franqueza, lo que lo distingue como un escritor valiente y comprometido con su visión artística.

En resumen, la técnica de escritura de Camilo José Cela se destaca por su realismo crudo, su lenguaje directo y su capacidad para explorar los aspectos más profundos y complejos de la experiencia humana.

Años mas productivos

Los años más productivos de Camilo José Cela desde el punto de vista literario coincidieron con la década de 1940 y la de 1950. Durante este período, Cela produjo algunas de sus obras más influyentes, incluyendo "La familia de Pascual Duarte" (1942), que es considerada una de sus novelas más importantes y representativas del tremendismo.

Además, en los años 50, publicó obras destacadas como "La colmena" (1951), una novela que ofrece un retrato detallado de la sociedad española de posguerra. Estas décadas fueron fundamentales en la consolidación de su reputación como uno de los escritores más importantes en lengua española del siglo XX.

Durante este tiempo, Cela también incursionó en otras formas literarias, como el ensayo y la poesía, ampliando así su influencia en el ámbito literario. Su capacidad para abordar temas controvertidos y su estilo literario innovador lo llevaron a ser reconocido como un autor prolífico y significativo en la historia de la literatura española.

Sus amores

Camilo José Cela tuvo una vida amorosa interesante y variada. Estuvo casado en dos ocasiones: la primera con Rosario Conde en 1944, con quien tuvo dos hijos, y la segunda con Marina Castaño en 1989. Además de sus matrimonios, se le atribuyeron diversas relaciones sentimentales a lo largo de su vida.

Cela era conocido por su personalidad carismática y su don de gentes, lo que probablemente contribuyó a que tuviera varias experiencias amorosas a lo largo de su vida. Sin embargo, es importante recordar que la vida privada de los escritores forma parte de su esfera íntima, y es fundamental respetar su privacidad.

La eterna canción

[Cuento – Texto completo.]

Camilo José Cela

I

¿Usted cree qué estoy loco…? No; yo le podría asegurar que no lo estoy, pero no lo hago. ¿Para qué? ¿Para darle ocasión a exclamar, como todos los que oyeran: “¡Bah!, como todos…, ¡creyéndose cuerdo! ¡La eterna canción!” No, amigo mío; no puedo, no quiero proporcionarle esa satisfacción… Es demasiado cómodo venir de visita y sacar la consecuencia de que todos los locos aseguran que no lo están… Yo no lo estoy, se lo podría asegurar, repito, pero no lo hago; quiero dejarle con su duda. ¡Quién sabe si mi postura puede inclinarle a usted a creer en mi perfecta salud mental!

Don Guillermo no estaba loco. Estaba encerrado en un manicomio, pero yo pondría una mano en el fuego por su cordura. No estaba loco, pero -bien mirado- no le hubiera faltado motivo para estarlo… ¿Qué tiene qué ver que se haya creído, durante una época de su vida, Rabindranath? ¿Es qué no andan muchos Rabindranath, y muchos Nelson, y muchos Goethe, y muchísimos Napoleones y Francos sueltos por la calle? A don Guillermo lo metió la ciencia en el sanatorio…, esa ciencia que interpreta los sueños, que dice que el hombre normal no existe, que llama nosocomios a las casas de orates…; esa ciencia abstraída, que huye de lo humano, que no se explica que un hombre pueda aburrirse de ser durante cincuenta años seguidos el mismo y se le ocurra de pronto variar y sentirse otro hombre, un hombre diferente y aun apuesto, con barba en donde no la había, con otros lentes y otro acento, y otra vestimenta, y hasta otras ideas si fuera preciso…

II

Desde aquel día visitaba con relativa frecuencia -casi todos los jueves y algún que otro domingo- a don Guillermo. Él me recibía siempre afable, siempre deferente. Don Guillermo era lo que se dice un gran señor, y tenía todo el empaque, toda la majestuosidad, toda la campesina prestancia de un viejo conde, cristiano y medieval. Era alto, moreno, de carnes enjutas y sombrío y oscuro mirar… Vestía invariablemente de negro y en la blanca camisa -que lavaba y repasaba todas las noches, cuando nadie lo veía- se arreglaba cuidadosamente la negra corbata de nudo, sobre la que se posaba, siempre a la misma altura, una pequeña insignia de plata que representaba una calavera y dos tibias apoyadas sobre dos GG: Guillermo Gartner. Se mostraba cortésmente interesado por mis cosas pero le molestaba mi interés por las suyas, de las que rehuía hablar. Me costaba un gran trabajo el sonsacarle, y algunas veces, cuando parecía que lo conseguía, se me paraba de golpe, me miraba -con una sonrisa de conmiseración que me irritaba- de arriba abajo, se metía las manos en los bolsillos y me decía:

-¡Sabe que es usted muy pillo?

Y se reía a grandes carcajadas, después de las cuales era inútil tratar de hacer recaer la conversación sobre el tema desechado.

III

En el manicomio lo trataban con consideración, porque, desde que había entrado -e iba ya para catorce años-, no había armado ni un solo escándalo. Entraba y salía al jardín o a la galería siempre que se le ocurría, se sentaba en el borde del pilón a mirar a los peces, inspeccionaba -siempre silbando viejos compases italianos- la cocina, o el lavadero, o el laboratorio… Los otros locos lo respetaban, y los empleados de la casa -excepto los tres médicos- no creían en su locura.

IV

Los días eran eternos, y don Guillermo, un día que estábamos hablando del otro mundo, me confesó que si no se había tirado a ahogar -no por desesperación, sino por cansancio- era porque las temperaturas extremas le molestaban.

-Me da grima figurarme -decía- medio acostado, medio flotando en el fondo del pilón, con la camiseta empapada en agua fría…; a lo mejor se me quedaban los ojos abiertos y el polvillo del agua se me metería dentro y los irritaría todos… ¿A usted no le estremece un ahogado? Pero no para ahí lo peor; figúrese usted que de repente le toca a uno el turno, comparece, y como uno es un suicida, lo envían al infierno a tostarse…; el agua de la camiseta, del pelo, de los zapatos, empieza a cocer y uno a dar saltos, saltos, hasta que el agua se evapora y uno la echa de menos, porque empiezan a gastarse los jugos de la piel…

V

Al jueves siguiente, no bien hube pasado de la puerta, salió el portero de su cuchitril, como un caracol de su concha, y me dijo:

-¿Adónde va? A don Guillermo le enterraron el sábado pasado. ¿Pero no se había enterado usted? El viernes por la mañana apareció ahogado en el fondo del pilón… El pobre tenía sus grandes ojos azules muy abiertos; el polvillo del agua se los había irritado como si se los hubieran frotado con arena… Estaba medio desnudo…, daba grima verlo, al pobre, con toda la camiseta empapada en agua fría…

FIN

Con IA-Luzia

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