Lunes 04 de noviembre de 2024
Opinión

Corredora de camiseta anaranjada (Por Alejandro Vásquez Escalona)

-Voy a un parque cercano casi todas las tardes, a eso de las 5:30. Corro suave unos dos kilómetros. Camino…

Corredora de camiseta anaranjada (Por Alejandro Vásquez Escalona)
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-Voy a un parque cercano casi todas las tardes, a eso de las 5:30. Corro suave unos dos kilómetros. Camino los otros dos. Esa es la superficie de este espacio. Antes existía un barrio  de gente sencilla. Pobre, pues para decirlo espinosamente.  Eso me contó alguien. Es invierno. Nueve grados centígrados de temperatura, pero hay sol. Me acompaña su tibieza. En las tardes cuando no alumbra, que lo somete la bruma grisácea, me quedo en casa. Oigo a mi cuerpo.

Hoy hago la segunda vuelta. Camino sobre la carretera de asfalto casi ovalada que bordea el parque. Cuatro o cinco personas hacen su rutina respectiva. A los árboles que recién trasplantó el ayuntamiento, no se le ven hojas. Son similares al resto que posee la ciudad. Es como su uniforme para ir al trabajo. O al colegio. En una porción menor del terreno original, empieza a reverdecer la grama que plantaron. A mi lado izquierdo se levanta un promontorio que culmina en una especie de prado, colina o meseta, cubierta por vegetación indomada aún. Las viviendas de la gente que vivían acá  eran de chapas. De lata. Puede que de color oxido o plomizo con algún azul o naranja pálido. Al otro lado está el barrio de clase media baja. Una que otra vivienda de dos pisos. De cuatro los edificios. Arregladitas eso sí. Con grama en el frente. Allí vivo en un apartamento pequeño rentado.

Ella trota dentro del óvalo negruzco a velocidad de corredor de alta competencia. Va y viene sobre el césped unos quinientos metros. Es espigada, pero no tanto. En las piernas, su piel blanca, trasluce resistencia. Cabello rubio, que pareciera no ser asiduo de salones de belleza. Lleva una gorra negra con visera.  La miro sin detener mi caminata. Me embelesa el despliegue de coraje por su oficio. A Las personas del barrio de chapas, las mudaron a otros lugares. Maquinas anaranjadas, supongo derrumbaron sus casas. Aplanaron la tierra.

Vuelve a ser sábado. Hago mi caminata en el sendero ovalado de asfalto. Segunda vuelta en mi rutina. El sol de la tarde me recuerda mi ciudad. Soy migrante. No rico, ni famoso. Extranjero, pues. Trasladaron a la gente de las casas con paredes de chapas desteñidas, porque molestaban mucho a los vecinos del otro lado del parque, del barrio con viviendas de grama y todo, eso me dijeron.

La muchacha airosa, de cabello rubio desentendido, trota en el sitio de siempre. Sobre la grama. Hace un envión veloz, en dirección contraria a la que llevo. Se detiene. Seguro es el final de una rutina. Inhala y exhala varias veces. Me mira y  pregunta: Es corredor. Sí. Y compite. No, ya la vida es suficiente competencia. Sonríe. Ahh como lo vi antes que corría. Continúo sin interrumpir mi andanza. No le dan mucho calor esos pantalones largos. La miro sobre mi hombro. No en mi país, la temperatura promedio es de unos treinta y tantos grados centigrados casi todo el año. Sonríe nuevamente. Nos alejamos. Ella queda atrás, similar a una saeta, tasajea al viento con el naranja de su camiseta o remera.

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Alejandro Vásquez Escalona

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