Al igual que Vania en la obra de Fiódor Dostoyevski, los educadores podemos narrar el drama social venezolano en primera persona, como arte y parte, como actores, testigos y dolientes. Hay similitudes entre el título y la trama de la novela del autor ruso de la época zarista, y la realidad que viven actualmente los educadores y la Educación en Venezuela. Las luchas de los docentes son el clásico enfrentamiento entre el bien y el mal, entre oprimidos y perversos. Por eso, las manifestaciones de calle, más que exigir justos derechos laborales, buscan mantener en vigencia la dignidad del sistema educativo venezolano, hoy por hoy, humillado y ofendido por la revolución bolivariana.
Los docentes activos y jubilados lloran públicamente de impotencia, al ver que sus vidas se volvieron nada, sin presente ni futuro, sin siquiera condiciones mínimas para sobrevivir. Lloran por sus hijos, por la orfandad de Elena, fielmente personificada en la vida real venezolana, por esa inmensa mayoría de alumnos marginales, propensos a ser víctimas de proxenetas que los inducirán a la delincuencia y la prostitución, por el hecho de estudiar en escuelas para pobres, bajo los rigores de una pobre educación. Mientras los “príncipes” causantes de las desgracias sociales, se enseñorean en sus tronos y se engalanan en sus palacios.
El sistema educativo venezolano, ese prodigioso aparato productivo que hizo posible en el periodo democrático 1958-1998 un enorme progreso, crecimiento económico y una extraordinaria movilidad social en el país, ha sido y es, depreciado en su integridad, degradada su magnificencia. Por ello reiteramos, no se trata solo de reclamos por salarios justos, las protestas llevan implícitas en sus consignas, en sus pancartas y en su espíritu de lucha, enaltecer los verdaderos valores de la Educación, y pugnar por el respeto a la dignidad de los educadores.
Las respuestas del gobierno a las justas demandas del Magisterio, han sido humillantes y ofensivas. Al mutismo y la mentira, siguió la mefítica oferta de zapatos a 8 $, el diferimiento, una y otra vez, de la firma del Contrato Colectivo, sin ningún acato a los derechos contractuales de los trabajadores de la educación, que son además, derechos humanos; y de paso, sin ningún respeto a la inteligencia.
Luego siguió el intento fallido de robar descaradamente el bono vacacional mediante el mecanismo ONAPRE. Ante el fracaso, se implementó como venganza el pago de los aguinaldos por cuentagotas, truncaron las expectativas de un ajuste salarial mientras el salario se deterioró diariamente por la incontenible inflación. Los educadores han retornado a la miseria, son de nuevo emplazados por sus nefastos destinos, a huir o emigrar, mientras gobierno y sindicaleros vendidos, se reúnen en un ambiente de total hipocresía para elucubrar nuevas mentiras dilatorias, jugando al cansancio de los docentes en protesta.
Los beneficios contractuales, arrojados al retrete por el gobierno chavista, fueron en su momento conquistas alcanzadas en el periodo democrático, tras años de luchas, donde se sumaron importantes logros para la seguridad social, HCM, y aumentos salariales modestos pero suficientes, para vivir con dignidad, acceder a un patrimonio familiar, progresar y sobre todo, invertir en nuevas herramientas didácticas y estudios de postgrado, en el proceso de mejoramiento profesional. De eso no ha quedado absolutamente nada. La educación ahora es una “chamba” más, según el disipado lenguaje oficial. La prioridad del educador es no morirse de hambre. Los contratos colectivos son manipulados para lanzar a los trabajadores de la educación a los estratos más miserables de la sociedad.
Las leyes han sido pisoteadas. De nada valen los títulos universitarios ni el mejoramiento académico. Existe un muro ideológico que impide el acceso a una educación de calidad, y un único camino que conduce al adoctrinamiento y la sumisión a los “ídolos” en el poder. Mediante el hambre, intentan empobrecer cada día más la mente de los educadores, convirtiéndonos en lacayos y mendigos. Por eso han retornado los “bonos de guerra”, ese mecanismo infame que poco se diferencia al mendrugo de pan que echan a un hambriento desesperado. Los “príncipes” siguen en sus banquetes en tanto los docentes, aun amenazados por operadores políticos en cargos administrativos, seguiremos en las luchas.