La Salita El Brillante (Esquina de Padilla con Colón, en Maracaibo) alberga el monólogo del maestro Romer Urdaneta, “Un hombre se prepara”, de José Javier León.
Para Noticia Al Día, Alexis Blanco continúa reflexionando el arte del actor como un compromiso de Santidad:
“Mambrú se fue a la guerra
Qué dolor, qué rigor, qué pena”
(Canción popular)
Romer Urdaneta estírase sobre una silla de madera, la cual ha de transformar en estética tribuna durante los siguientes 50 minutos, tiempo de representación y de lectura dramatizada de un texto delicioso: “Un hombre se prepara”, del poeta José Javier León. Pienso que bien podríamos estar ante la oficiosa representación de un texto fundacional, un principio de partida, un entusiasta cauce para refundir términos comunes entre el arte del actor y el arte de la poesía: tiempo, espacio, memoria, silencio, cuenco diletante, metáfora y precipicio, horizonte y ranura…
Si asumimos el teatro como un asunto de Santidad, Romer Urdaneta, junto con su entrañada cómplice, Ana Torres, es un monje trapense. Pero no estamos refiriendo a la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia u Orden de la Trapa, de carácter monástico, fundada en Francia en el siglo XVII, sino a la Sala de Teatro El Brillante, en Colón con Padilla, aquí en esta Maracaibo donde marchan de nuevo todos los santos. Nuevo “Entierro de la Sardina”. Ya no en Miércoles Santo, sino en la infinita bondad de estos valles de lágrimas, también de risas y de amor, en que se nos van transformando las salas principales de tan hermosas antiguas casas de Maracaibo Contemporáneo y florido como estas obras de nuestros sendos Leones. Enrique y JJ…
José Javier León es un poeta mayor. Lúcido y sublime en el ágora de los buenaventurados seres de, supongamos, Garmendia, Juarroz o Dalton. La palabra se mueve y se agita mientras baila o bendice, increpa o aúlla, hipnotiza o seduce, Palabra Santa sobre el escenario conspicuo de la vida revolucionaria y en comuna.
Hacer Teatro, con mayúscula, en la salita de tu residencia, compartiendo altares y domésticos oráculos, admonicionará la llegada inminente del concepto del Teatro de, en y para La Comuna. Recuperación no tardía de aquel concepto antañón, del teatro de las Veladas Recreativas y Artísticas, Culturales y Didascálicas, en los ilustres aposentos de la gente sencilla: “¡Vengan acá, todos ustedes!…Acomódense por ahí que desde los santos coxones ováricos de mi vida plena he de traerle unas palabritas confeccionadas en el azar y en el rigor de nuestras mejores mentes deslumbrantes..! Meta la mano mi niña y encontrará canciones y épicos ensambles…! Henos aquí, salita adentro, camará, plantándote unas hermosuras de poemas en tu casa viva…!
Decía de Romer Urdaneta. De su silla. De su pleno derecho a quedarse callado o gritar. Pero mejor estar ahí, cuerpo en ristre, cerebro y voz enhebrando hilos invisibles. Una red que podría enmarcar un sonido en tiempo de ritmo circadiano: un texto:
“Claro que ustedes ven las cosas de un modo distinto, pues ustedes vinieron a verme, a escucharme. Y qué ocurriera si les dijera: «yo vine a verlos, me interesan ustedes allí sentados y mudos».
Cuántas veces se han detenido a mirar a un hombre sentado a la luz de una lámpara. Eso que está ocurriendo aquí no sucede en la realidad, nadie se queda mirando a nadie tanto tiempo en la realidad, todos están muy apurados y preocupados, a nadie le interesa nadie y por eso necesitan venir a un teatro a ver a otros como no los pueden ni desean ver en la realidad. Y sin embargo, cuando vienen al teatro, sucede que en el teatro han olvidado las cosas, han olvidado la realidad…”.
Estamos siguiendo el canto elevado de ¡Par de Santos! Romer vuelve a contorsionar su plexo solar y a conectar sus brazos con los del Hombre del Vitrubio. ¿Lee o se hace el que lee? ¿Finalmente volará, con esos brazos extendidos como un dragón asediado por decenas de San Jorges maracuchos? Nada que ver. Romer te mira. Una y otra vez, te mira y entonces ha cambiado su alucinado plectro y así suena la alquimia de todos los susurros teatrales: José Javier León, poetizando:
“Conmigo se rompe el tiempo, conmigo se acelera el siglo, y yo sobreviviré al siglo, veré las ruinas de este siglo humeando al cielo abierto, uno a uno veré caer todos los monumentos que este siglo ha levantado. Todo lo veré caer, y no quedará piedra sobre piedra, no quedará en pie ni un solo vestigio de vida. Una sola ciudad viva, un solo hombre vivo, una sola mujer viva, nada de esto se sostendrá, todo vendrá a caer a mis pies abatido por su propio peso. En mí la vida tendrá raíz, en mí la vida retomará su cauce antiguo, su cauce único, seré el vertedero de los siglos, todos los siglos arremolinados en mi cabeza, en mi cuerpo, en mi sangre. Todos los siglos que los hombres de este siglo no lograron destruir, todos los siglos que todos los hombres no han logrado destruir vendrán a juntarse en mi cabeza…”…JJ es Romer. Romer es JJ. El Público siempre será perplejo en su rol de El Público:
“Nada más cerca del teatro que el erotismo. La muerte hecha vida, el instante que es un gesto, lo que se atrapa en un instante y se disuelve en la nada. Detener un gesto, congelarlo. Atraparlo. Sujetarlo para siempre. Un solo gesto, un solo movimiento. Aquí está. Un gesto. Un puño de polvo. Nada.
De pronto ya no importan más las palabras. El texto se calla, para que hable el cuerpo. Un cuerpo se mueve, mi cuerpo, pero ya no soy el cuerpo que se mueve. Mi cuerpo se mueve, ondula, se desliza, va de un lado a otro, olvidado de mí, yo olvidado de mi cuerpo, mi cuerpo solo, pagando en el espacio, en la nada. Mi cuerpo sabe lo que hace, pero yo no sé lo que hace mi cuerpo, no puedo saber lo que mi cuerpo hace, mi cuerpo no es mío cuando estoy actuando, ya no actúo porque no sé que estoy actuando. Debo dejar que mi cuerpo se mueva, eso es todo, dejarlo ir, mi cuerpo es el mar, un árbol, un río, una piedra.
El movimiento es ya el silencio… Cuando mi cuerpo se mueve no necesito hablar, las palabras no dicen nada, las palabras no existen para decir cosas… Mientras más calladas… Las palabras son menos que el movimiento, pero se puede lograr que las palabras sean el movimiento, sean el silencio, palabras traspasadas por la niebla, palabras que sean la niebla… Las palabras de los árboles, del mar, del río, de las piedras… Cuántas estupideces, cuántas tonterías unas tras otras… Probemos a estar callados, dejemos un rato que nuestros ojos hablen por nosotros, que nuestras manos hablen por nosotros…”. Un trance. Una mentada de madre en modo transubstanciación:
“¿Qué ropa usa el que soy? ¿Cómo se mueve, qué habla, qué cosas se calla? ¿No hará el actor otra cosa que buscarse a sí mismo? ¿Qué quieren ustedes ver en un actor? ¿Qué quieren de mí? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué es esto?…”. Esto sois y seréis…

Texto e imágenes de Alexis Blanco y Nelson Sánchez