Alejandro Vásquez Escalona
La negrura de la noche es punceada por el brillo de una antorcha anaranjada de un mechurrio industrial que escurre su reflejo sobre el agua. Puntitos de luz le hacen compañía en la raya del horizonte, ahora difuso. El silencio es espeso. Es temprano. Los vecinos son erizos. Tranquilos. Casi acostado en una silla veraniega, mira lejos. Escucha a Bob Dylan: ´Aléjate de mi ventana. Márchate a la velocidad que elijas. Yo no soy quien deseas, nena. No soy a quien necesitas. Dices que estás buscando a alguien que nunca sea débil sino siempre fuerte para protegerte y defenderte tengas razón o estés equivocada. Alguien que te abra todas las puertas. Pero eso no soy yo, nena. No, no, no eso no soy yo…´ Toma una copa de vino. Mira el lago. Viaja en el agujero de la memoria. Piensa en una mujer rodeada de agua por todas partes. De mareas. Viaja a los ámbitos del goce. Y el malestar.
El muchacho acaba de cumplir dieciocho años. Va en un ómnibus viejo. De pie. Acuñado entre gente suda el calor del mediodía. Detienen el autobús. Suben dos policías. Lo bajan. Los llevan al camión policial. Es tiempo de reclutar para el ejército.
Alguien levanta la puerta del puentecito sobre el lago. Une las viviendas sobre las aguas con tierra firme. Desde el agujero de la cámara de cine sostenida contra su rostro, encuadra la embarcación rústica. La mueve una vela de lona marrón sucio. Viene cargada de granzón de las entrañas de una isla cercana. El mástil que sostiene la vela se encima al túnel de cristal de la máquina de sueños. Va a tropezarlo. El camarógrafo no se amilana. Veintilargos años. Ve en trance de goce el ocre de la embarcación embadurnándose de brillo del agua inmensa. Es mediodía. La luz del sol se convierte en escupitajo plateado sobre el manto lacustre.
El muchacho que viajaba en el autobús duerme sobre el pavimento en una barraca de un cuartel en la costa del Lago. No mantas. No colchones. La calidez de las decenas de respiraciones de otros muchachos atrapados en la calles para volverlo militares a la fuerza, no amellan el frio. Los sueños vuelan sobre las calle de la ciudad.
La luz ocre anaranjada de la pequeña lámpara de kerosene le ladra a la negrura de la madrugada. El muchacho de veintitantos años va sentado en la piragua que se la traga la escasez de luz. Manuel enrolla la cuerda de las amarras. Cetrino. Fuerte. Se sienta a babor conduce la nave como un Charles Bronson de estas tierras. Silencioso. Ya en la isla, se llena la embarcación con esquirlas de sus entrañas. Granzón que se empotra en el cuerpo de la ciudad.
El muchacho de la cámara Mira. Reflexiona visualmente. Filma. Atrapa sueños. Se acuesta sobre la carretilla llena de piedras. Filma. Manuel sonríe. Vacía la carretilla sobre el vientre de la piragua. La filmadora cae con material y filmador. Cámara subjetiva. Sueño pescado.
El recluta recoge colillas de cigarrillos casi todo el día. Levanta la vista observa los edificios en la otra orilla del lago. Es orden militar. En la mañana, con una mano sostuvo su pene para orinar. Con la otra cepilló sus dientes. Tres minutos para ir al baño, era el mandato desde adentro del uniforme verde. En el patio central, la cabeza rapada de un chico se derrite con el sol. Castigo por desobediencia. Es civil.
Ya no se ve el rastro dejado por los fumadores. Cumplió la ordenanza verde asco. Está cercana la noche. Conversa con un cabo en su tiempo libre. Se conocieron cuatro días antes. Contó su versión. Terminó bachillerato. Desea ir a la universidad. Lo atrapó la policía. No desea ser militar. El militar subalterno le expresa: ´Sabes nadar, mañana en la noche tengo guardia en la garita de la orilla, Te permitiré escapar. Nadarás hasta los edificios que ves al otro lado´. Acuerdo es acuerdo. Palabra de camaradas. No convenio de militar con civil. No existe. Mundos paralelos.
En el Festival internacional de cine el auditorio está anegado de gente de cine. Entregan premiación. Mejor dirección de Fotografía y cámara a la película…El muchacho que paseo con su cámara sobre la carretilla llena de granzón, se levanta. Sube al estrado. Recoge el premio. Se escuchan los aplausos. Siente que una red de ilusiones puede atrapar hasta el pez más escurridizo. No llora. Las lágrimas para cuando sean necesarias como dice Sabina.
Después que el mástil de la piragua atraviesa la puerta levadiza del puente enrumba por un caño. Al final un patio lleno de granzón. El muchacho de los veintitantos años baja. Coloca un cristal protector sobre el lente de la filmadora alemana Bauer. Sugiere a Manuel que lance de cerca una palada de granzón sobre la cámara. Todo se va a negro.
Ya la segunda copa sólo conserva el halo tinto que deja el vino consumido. La estela rojiamarillento de la torreta industrial, sigue sin moverse. No le acosa el sueño. Solamente el día la desaparecerá. El silencio es más espeso, pero lo agujerea Bob Dylan: ´No soy lo que andas buscando, nena. Avanza cuidadosamente por la cornisa, nena. Baja cuidadosamente al suelo. No soy a quien quieres, nena. Yo sólo te decepcionaría…´ En poco tiempo todo se ira a negro. Y los sueños retozarán en absoluta libertad como sudor del alma.