Uno de esos personajes que rodearon mi infancia fue el loco Hilarión. Alto, robusto, blanco y ojos inmensos, voz grave, pelo castaño. Tenía la mente perdida en muchos lugares, sin embargo, quería a mi padre y a nosotros, me refiero a mi hermana Thamar y yo.
Como en casi todas las veces, no recuerdo cómo llegó Hilarión a nuestra casa. Hay un viaje a Machiques-Perijá, donde siempre lo recuerdo como si fuera ayer. En una bolsa llevaba dos o tres mudas de ropas, zapatos desgastados. Era de poco comer, y mi padre lo obligaba a tomar agua.
Dentro de su demencia, Hilarión se creía, en veces un auto, en otras una motocicleta.
Mi padre le encargaba mandados a la bodega. Así eran más o menos las conversaciones:
-Hilarión, me va a hacer el favor de ir a la bodega a comprar pan para el desayuno.
-Estoy listo, hermano Marcos. ¿Quiere que vaya en la moto o en el carro?
-Vaya en la moto, ¿pero ya le midió el aceite?
-Sí, oiga el motor -entonces hacía el sonido de una moto acelerando.
-Vaya despacio, Hilarión, mucho cuidado en las curvas, si quiere dé unas vueltas para que conozca Machiques.
-Como usted ordene, capitán.
Arrancaba y era imposible determinar que no fuese una Yamaha de verdad verdad.
Una vez mi viejo le preguntó:
-Hilarión, ¿su carro y su motocicleta tienen placas?
-Sí, la moto es Salmo 23 y el carro Salmo 91. Esa respuesta lo conmovió.
Una tarde llegó aporreado.
-¿Qué le pasó, Hilarión? ¿Está bien?
-Sí, no fue nada.
Al rato una persona llegó en una camioneta Ford F-100 roja.
-¿Aquí vive el señor que se cree moto?
-Sí -respondió mi padre, receloso.
-¿Está bien? Es que iba entretenido y no vi un perrito que cruzaba la calle. El señor corrió, lo agarró y lo cubrió con su cuerpo, a Dios gracias iba a poca velocidad y no fue duro el golpe.
Ese era Hilarión, un hombre noble, alto, fuerte y bueno, capaz de dar su vida por salvar a alguien desvalido.
Un domingo, en la calle de arena del barrio 24 de Julio, lo vi perderse como persiguiendo el Sol naranja de la tarde:
-¡Hilarión, Hilarión! -le grité, y me saludó agitando un adiós con su mano y más nunca lo volví a ver.
Josué Carrillo