Hace pocos años el director me asignó un vehículo: era un Twingo rojito bien bonito al que yo miraba codicioso en las mañanas al entrar en el galpón de la empresa. Alguien se me adelantó y, el jefe, cambió de idea, asignó el carrito a otro empleado, así llegó a mis manos El viejo Centu, un Century marrón que nunca levantó cabeza.
Al afortunado del Twingo rojo le fue muy mal, apenas si rodó unas cuadras, regresó al taller. Mecánicos de todas partes trataron al Twingo atacado por una fiebre alta que le hacía vomitar agua vuelta vapor.
De mis amigos nunca olvidaré: el Twingo amarillo de Raquel Chávez y el fiita zapatico de Morelis Gonzalo.
Hoy siempre recuerdo el Twingo que pude tener y no tuve.
TC